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Descanso Dominical

El Coloma

A sus 185 años el Coloma merece ser reconocido, sin duda, con un Premio Ciudad de Jerez

Su fachada se me antoja como la de un fortín. Esas columnas compuestas con capitel jónico -ojo con el moco que me estoy tirando para que mis profesores vean que algo aprendí- sustentan una historia digna de ser contada, son la antesala de un cosmos donde no sólo habita el conocimiento y la cultura; son la puerta a un territorio en el que los libros siempre han convivido con la amistad, la rebeldía, los amores párvulos y las ganas de comerse el mundo.

En octubre del año que viene el Coloma cumplirá 185 años, que son muchos años hasta para el primer instituto de la provincia de Cádiz y el segundo de Andalucía. Pero el abuelo está mejor que nunca, mejor aún que cuando asomaban por sus pasillos, tan jovencitos, Rafael Alberti o Juan Ramón Jiménez, más fuerte que cuando poblaban sus aulas, Mendicutti, Caballero Bonald o Pedro Muñoz Seca, más grande que cuando, a finales del siglo XIX, Gertrudis Martínez se convirtió en la primera alumna colomita. Porque en todo este tiempo, al Coloma le ha pasado como a Benjamin Button, y con la fuerza de su juventud ha conseguido ser pionero en la enseñanza de chino con el Aula Confucio, y ha alcanzado hitos como, por ejemplo, el Bachillerato Internacional. La historia de esta tierra sería mucho más flaca y endeble sin el concurso de un centro que merece ser reconocido, sin duda, con un Premio Ciudad de Jerez. La próxima edición de estos galardones será en octubre del 23, justo en su 185 aniversario. Yo ahí lo dejo.

Mi suerte es vivir muy cerca del instituto, y pasar tantas veces por sus puertas me alimenta, es una terapia contra el olvido, un guiño al tiempo que ha pasado. Intento convencerme de que no hace tanto de aquello y oteo el paisaje para verme reflejado en algún chaval imberbe que aparece sin rumbo por el patio. De alguna manera, estoy buscando a Laureano para oirlo refunfuñar con esos aires de emperador castizo, imagino cruzarme con Mariela y recibir una de sus sonrisas, y creo ver a Palacios, que se ha comprado una corbata nueva del Big Ben. Realmente, creo que cuando me asomo a las fronteras del Coloma estoy deseando sorprender a Carlos Puerto y a Fran Reina jugando con los demás al fútbol, o ver pasar a Ismael Kasrou con su porte de chico guapo; probablemente, quiera volver a hablar de música, libros y melancolía con Álvaro Llamas, y montar en el Vespino a mis amigas Carmen Luque y Esther Mora, las más rockeras del lugar. Estoy deseando, lo sé, que

Rafael me riña por haber pasado acaso a un par de metros de una de sus plantas. Es lo que tiene vivir tan cerca del sitio de mi recreo.

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