Alberto Núñez Seoane

Conclusiones -II-

Tierra de nadie

18 de septiembre 2023 - 02:02

Decíamos el pasado lunes, que la segunda de las posibles conclusiones a las que llegar, tras la agosteña reflexión sobre el resultado de las pasadas Elecciones Generales, sería la que contempla que fuese yo el que estuviese en un error, en un tremendo error. Que fuese yo el equivocado al resolver sobre los hechos acaecidos, y no los siete millones y poco de españoles con derecho a voto -deducidos ya los 700.000 esclavos de su circunstancia- que entregaron, otra vez y tras sus cuatro años de gobierno -por calificarlo de algún modo-, su confianza a Sánchez.

Es evidente que esta es una posibilidad y como tal, si quiero tratar de ser mínimamente objetivo, he de contemplarla. Ojalá, por las razones que aclararé cuándo termine con estas conclusiones, fuese esta la opción cierta; ojalá que sea yo el confundido, que haya metido la pata hasta el corvejón, que no haya dado pie con bola … les aseguro, es más: les doy mi palabra de honor -creo que me queda el suficiente para poder darla- que estaría contento, esperanzado y casi feliz de que así fuese. Por supuesto que pediría disculpas, perdón, si fuese preciso, y ofrecería mi rectificación sincera para aquellos a los que hubiese podido ofender con mis burlas, críticas, candongas, descalificaciones que creí justificadas, reprimendas, regaños o convenciones, ¡ojalá!

Los hechos están ahí, son los que han sido, nadie puede negarlos. Y, como he dicho en muchas ocasiones, sobre lo que ya ocurrido se puede, claro, opinar, pero lo que no se puede es negar que fueron realidad cuándo sucedieron. Teniendo muy en cuenta lo irrefutable de esta afirmación -creo que estaremos de acuerdo en esto-, he de deducir que, en caso de que esta segunda opción -la de que sea yo el equivocado- fuese la acertada, la interpretación que he venido haciendo durante estos últimos cuatro años de lo acontecido, habría sido, las más y también las más importantes de las veces, descaminada, extraviada o del todo desacertada.

Esta segunda alternativa en la que ahora nos situamos, me colocaría muy lejos de haber estado a la altura de un crítico perspicaz, un reportero bien fundamentado, o un sagaz cronista. Con independencia de la libertad de la que hice uso para expresar lo que pensaba -es un derecho de todos, también mío-, algo siempre legítimo -y diría que hasta necesario-, sean o no conforme las ideas manifestadas con lo que luego la incontestable realidad imponga; certificar el fallo generalizado sobre lo cierto de las opiniones que he estado transmitiendo, me invitaría a una profunda reflexión, a meditar con mucha seriedad sobre porqué, si lo hice con honestidad -y así es como lo hice-, malinterpreté, una y otra vez, las causas de lo que creí intolerables desafueros; los motivos de lo que pensé incumplimientos, engaños o traiciones; las razones de lo que vi como el colmo de la hipocresía, el cinismo o la sinrazón; el porqué de lo que supuse mentira, discriminación, burla, amenaza, abuso, prepotencia, agresión, vanidad o intolerancia. Es obvio que si confundí, o no supe ver las verdaderas causas, motivos, razones o porqués, los hechos ocurridos, que siguen estando ahí -eso nadie lo puede cambiar-, tendrían una intencionalidad distinta a la que yo interpreté; las motivaciones y actos de las personas que los llevaron a cabo, y de Sánchez como máximo responsable en particular, no habrían sido ni en nada habrían coincidido con las que yo creí ciertas o presumí posibles; por tanto, las conclusiones a las que fui llegando y terminé por llegar, de manera incuestionable, serían falsas. No porque fuese mi intención la de confundir o engañar, no porque me cegase la cólera o me incendiase la ira, no, pero eso ahora da igual: las resoluciones que mi mente tomó después de pensar en lo que estaba pasando, meditar sobre las consecuencias que conllevarían lo que percibí como barbaridades, estupideces, burradas o perversidades, necedades o vilezas, habrían sido un fiasco, un patético error.

No me estoy planteando esta posibilidad -la de haberme equivocado- por aquello de: “no vas a tener tú razón y siete millones y pico de personas estar equivocadas …”, porque lo refutaría con lo “otro aquello” de que once millones largos de personas -las que no votaron ni a los dos partidos del gobierno ni a independentistas ni a golpistas ni a etarras- no pueden estar equivocadas y siete millones largos tener la razón”; pero, como digo, no se trata de esto. Se trata de que pensando sobre los, a mi entender, desastrosos cuatro años de gobierno de Sánchez y los suyos; después de la larga lista -no la voy a repetir- de, en mi opinión, canalladas -algunas no parece ni que fuese posible llevarlas a cabo-; tras las, según mi criterio, miserables mezquindades que, a puñados, se han cometido durante la última legislatura; se trata, les decía, de intentar averiguar cómo ha sido posible que los responsables de todo esto, los que han estado en el Gobierno, hayan conseguido 122 escaños (PSOE de Sánchez) más otros 30 (para los vividores, es lo que pienso, a cuenta del comunismo, porque comunistas no son); y, es evidente que después de haber contemplado el pasado lunes la primera de las respuestas posibles a esta cuestión, la que sería achacable a las pocas luces de los que en ese sentido dieron su voto, queda una segunda, en la que estamos: que el que tenga pocas luces sea un servidor.

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