Cuarto y mitad de crónica social a las jerezanas maneras

31 de enero 2022 - 08:14

Por razones de peso de índole familiar no he podido incorporarme presencialmente a las sesiones de la Real Academia de San Dionisio hasta este pasado martes. Anduve algunos meses en el dique seco en lo concerniente a mi compromiso académico. Las circunstancias mandan. El reencuentro con la sede y los compañeros de corporación fue harto gratificante. Me topé de bruces con una habitualidad que en buena lid echaba de menos. Otra vez disfruté de lo lindo. Tomé notas, de puño y letra -pencil táctil en mano-, sobre la pantalla de mi IPad. La ponencia de Miguel Ángel Montero Jordi destiló grano que hace granero, entrecomillados, inteligencia y amenidad. Además de ciertas porciones conclusivas -a modo de correa de transmisión religiosa- al abrigo de Santo Tomas de Aquino que fueron aliñadas por la propia cosecha analítica del conferenciante. Montero no se atrincheró tras el flexo sino todo lo contrario: expuso su conocimiento de causa como un ramillete de postulados también filosóficos en aras del entronque y del enroque de la razón y la fe.

Montero domina la diestra de la oratoria. Desecha de antemano cualquier deje faulkneriano. No reviste su charla de ninguna bambolla escenográfica de cartón piedra. Los folios que trajo bajo el brazo no fueron papel mojado. Y sí notas a pie de página para nuestro enriquecimiento cultural. Saludé Joaquín Ortiz Tardío (¡muchas gracias, presidente, por las palabras que me trasladaste en los Museos de la Atalaya antes y después de la presentación del cartel de la Semana Santa de Jerez firmado por el amigo -de años mozos acá- Julio Rodríguez!), Francisco Garrido Arcas (¡tenemos, amigo Paco, visita pendiente a la sevillana Plaza de San Lorenzo, allá por los pagos de Quien Todo lo Puede), Bernardo Palomo, Juan María Vaca Sánchez del Álamo, Angelita Gómez, Pepe Marín, Andrés Luis Cañadas Machado, Juan Salido Freyre, Pilar Chico, Francisco Antonio García Romero, Antonio Mariscal Trujillo. A todo esto: tras la fulgurante publicación de su libro sobre San Buenaventura, Paco Antonio García Romero -que sigue en fecunda racha editorial- presentará una muy interesante obra -de inédito prisma- cuya exégesis tiene mucho que ver con los cuarenta días tan del gusto de los cofrades y no cofrades. Estén atentos -ojo avizor- porque la propuesta promete. Lo de Paco Antonio no es jauja, tiro a pichón parado ni doctorados inventados. Sino esfuerzo, deshoras de trabajo y rigor intelectual.

Por cierto, he aludido al pintor Julio Rodríguez, uno de los más virtuosos -siempre en el candelero de su permanente punto álgido- retratistas de la ciudad. Clava la expresión en el lienzo. Y el alma en la proyección -como un enigma de colores que nunca se yuxtapone- de la paleta. El estilo artístico de Julio no conoce mascaradas ni tretas. Ni el vértigo de ese abismo que los inconclusos dan en llamar falta de imaginación.

Coda final: pongamos que hablamos de cuestiones de protocolo: funcionó muy bien el del mencionado acto de la presentación del cartel de la Semana Santa: la profesionalidad y la destreza en este ámbito de Olga Fernández es impecable garantía para nuestro Ayuntamiento. Como así igualmente Antonio Lozano. Protocolo que idénticamente lo clavó Paco Garrido en la sesión académica protagonizada por Montero Jordi, con el obispo José Rico Pavés y la alcaldesa de la ciudad Mamen Sánchez correctamente ubicados en la mesa presidencial de la Academia. Pero el protocolo -¡ay!- sufrió algunas goteras de consideración -por decirlo suavemente- en un señalado acto celebrado en la ciudad este pasado sábado de mañana. Es inadmisible invitar a presidentes de primeras instituciones locales y no reservar al efecto los debidos asientos. Fallo técnico que, para mal, se duplica si, una vez detectado este craso error, sale a flote la incapacidad para resolver el desaguisado en un santiamén. ¿O no?

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