
La Rayuela
Lola Quero
Escaqueos en el juzgado
Cambio de sentido
Cuando era chica, las sequías me robaban el sueño. No me daba miedo la noche, subir a las cámaras ni estar sola; en cambio, me aterraba la carta de ajuste, el botón nuclear, que se me fuera a presentar la Virgen, el aceite de colza, el fondo de los barrancos y el tío capaor. Lo estaría pasando fatal si esta epidemia me hubiera sorprendido siendo niña. A las pesadumbres infantiles hemos de sumarle no poder salir a jugar con los de nuestra talla, ni tampoco acudir a la escuela, que era donde nos íbamos a esquivar tanto amor de madre. Cada chavea -y su situación- es un mundo, pero esta incursión de nuestra realidad y su relato (un relato prosaico y mediocre, construido mediáticamente por y para mayores) en la vida y la verdad de las niñas y niños es un estrago para la infancia.
De un día para otro parece vacaciones. Pero sucede que no son tales, que las tareas implican tener ordenador y no en todas las casas hay uno para cada, ni quizá habilidades ni ánimos parentales para sobrellevar la preocupación, la ruina, la convivencia quebradiza, la falta de espacio y la evaluación continua del chaval. La Conferencia Sectorial de Educación, que ha acordado que los colegios andaluces estén abiertos en julio, supongo que garantizará antes que el alumnado y sus profes no van a pelechar en aulas a 34 grados, ¿o no? En España, 3 de cada 10 menores crecen sin hermanos lo que, al cambio, significa que muchos ahora mismo no pueden aliviarse del mundo adulto -ni de los padres malamente infantilizados, que es incluso peor- con otras criaturas de su edad. Lo que se oye por los auriculares de los videojuegos en línea permite conocer que, al jugador sanguinario que acaba de exterminar a todos, su padre le ha asestado varios babuchazos por no irse la cama a su hora. Deben alucinar mandarinas los peques cuando se dirige a ellos el presidente del Gobierno, o reciben el Diploma de la Cuarentena firmado por el presidente de Aragón, o cuando les canta Cumpleaños feliz un guardia civil con el bigote embozado bajo la mascarilla. Qué irreal, la realidad. La verdad verdadera de la chiquillería es otra más sensata y real; su reino -que no es de este mundo- apenas halla lugar para sustanciarse. Duros tiempos para nuestro cuerpo de Infantería. El próximo lunes, los más pequeños podrán salir a unas calles que no están pensadas para y desde los niños -y es por eso que son peores e injustas-, como tampoco lo están nuestras casas. De ello también habrá que aprender.
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