Marco Antonio Velo
Jerez: mis conversaciones con Francisco Holgado Ruiz (y III)
Brindis al sol
Los nuevos políticos que van a gobernar en Andalucía apenas han dedicado tiempo a explicar cómo van a gestionar las cuestiones relacionadas con materia tan difusa y peculiar como la cultura. Parece que van a mantener una consejería específica, pero ni una sola palabra ha trascendido acerca de su orientación. Lo cual no sorprende porque la cultura dejó de ser asunto prioritario (si alguna vez lo fue) en los pasillos del poder, tanto para unos como para otros. Sólo los separatistas vieron, en su momento, que, bien instrumentalizada, se podía convertir en fértil espacio de proselitismo. Pero en casi todos los restantes partidos, a la hora del reparto de carteras, el encargo de cultura parece que provoca desconcierto. Unas veces buscan un nombre público con el que adornarse, otras rellenan el sillón con un compromiso. No hace falta recordar casos recientes.
Quizás la cultura no cobra mayor relieve en fases electorales porque nadie, en los aparatos de los partidos, presta importancia a este apartado. Y luego, si se gana, ya se improvisará sobre el terreno alguien que gestione, mejor o peor, el presupuesto que se le asigne. Esta situación, tan habitual, es consecuencia del foso reinante entre en mundo de la política profesional y el de la cultura: apenas hay puentes ni intercambios. En la calle no se espera que un consejero de cultura tenga ideas que llenen o ilusionen algún aspecto de sus vidas; se encerrará en su despacho y se enfrentará a la administración de sus rutinas, subvenciones festivales y centenarios.
Sin embargo de la cultura en Andalucía se podrían extraer muchos frutos. Tiene un riquísimo y variado potencial. No sólo hay dos palos para llegar a la gente. Ahora ha surgido una ocasión propicia para abrir otros cauces. Precisamente porque, dada la singularidad de este nuevo Gobierno, nada debe estar previsto. Y, en esta fase de primeros tanteos, todo se podría repensar, cuando menos pera no repetir los apáticos usos establecidos. Tal vez se reúnen las circunstancias para que los políticos a los que incumba este cometido, se muestren modestos y busquen los medios -que los tienen- para conectar con esa parte de la sociedad civil andaluza, vinculada al mundo de la cultura, pocas veces escuchada como interlocutora válida. Como gesto simbólico, esta llamada al intercambio de ideas ya supondría un primer paso movilizador, que rompería con el escepticismo de unos y el autismo estamental de otros. Es el momento de abrir ventanas y no de encerrarse en los despachos.
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