Decíamos anteayer

Ganar unas elecciones no supone en ningún caso ni una justificación moral ni una legitimación jurídica

Un interesante cambio de pareceres siguió a mi artículo de anteayer, en el que decía, como ustedes ya habrán olvidado y no les culpo, que lo peor de Pedro Sánchez y sus frivolidades con el delito de rebelión (ahora sí, ahora no) era su inutilidad. Ni iba a conseguir que los independentistas le aprobasen los presupuestos ni tampoco, por lo visto, que el Ministerio Fiscal ni, tal vez, los jueces le compren tantísimo zig-zag. Varios lectores, con buen sentido, me advirtieron que la única intención de Sánchez es electoralista (venderse como el negociador incansable que hizo todo lo posible por la paz social) y que puede salirle bien.

Entendí que tenían razón, aunque eso no se la da a Sánchez. Lo coloca en la posición del político en campaña, no en la de un presidente de gobierno, como él se recuerda tan a menudo, porque necesita recordárselo. Malbarata el Estado de Derecho, el prestigio de la abogacía del Estado y la espina dorsal del PSOE por una estrategia electoralista.

Que, además, es muy dudosa. ¿De verdad va a darle votos? Y si acaso, después de los votos, ¿qué posibles pactos le quedan, salvo repetir frankenstein con populistas e independentistas, indisolublemente unido?

Claro que si gana las elecciones, como esperan o temen (según, eso va por barrios) mis interlocutores, yo me habré equivocado al afearle la inutilidad del feísimo movimiento político. En este artículo, por tanto, quiero entonar un mea culpa. El utilitarismo se cuela por las rendijas incluso de la crítica. Si di a entender que sus maniobras estaban sólo mal porque serán inútiles y que, por tanto, si fuesen útiles estarían bien, me retracto. Ganar unas elecciones no supone en ningún caso ni una justificación moral ni una legitimación jurídica. Cuando Pedro Sánchez desarma jurídicamente a la Constitución que ha jurado defender, pone en almoneda sus principios políticos (lo que es menos grave) y los principios jurídicos de nuestro Estado y da alas a los independentistas. Aunque le salga fetén y saque una mayoría absoluta, habrá hecho un desaguisado.

Otro amigo me recuerda que la traición sólo existe entre perdedores. La cita, por lo cínica, parece de Ambrose Bierce y su Diccionario del diablo, precisamente. Pero no es verdad. El traidor victorioso tiene, encima, más dificultades para rectificar. Las próximas elecciones nos dirán muchas cosas, pero no podrán volver lo negro blanco ni lo bajo alto.

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