Francisco Bejarano /

Delito ideológico

HABLANDO EN EL DESIERTO

07 de noviembre 2011 - 01:00

LAS sociedades bien ordenadas y concertadas saben distinguir muy bien entre realidad y fantasía, pecado y delito. Aparte, hay una terra incognita, sucesos extraordinarios, prodigios y fenómenos que no se pueden explicar cumplidamente, pero que el sentido común humano resuelve dejándolos en suspenso: o bien son naturales y la ciencia no los ha podido aclarar todavía, o bien se deben a la intervención divina, que también es una posibilidad. El hombre normal, niño y adulto, no confunde unas cosas con otras. El sentido común, como su mismo nombre indica, es la inteligencia más común de los seres humanos, por la que son capaces de desarrollar con bien, la mayoría de las veces de manera maquinal, cientos de tareas cotidianas que de otro modo serían problemas insalvables. Verbigracia: para clavar una puntilla debemos golpear con el martillo en la cabeza de esta y no en los dedos que la sujetan, o algo más complicado, aunque resuelto por la observación secular, cuándo y cómo sembrar y recolectar.

La devoción con la que la izquierda ha aceptado la exótica colonización norteamericana de la corrección, empieza a confundir cultura con moral. Los frutos de la creación humana serán morales o inmorales según las intenciones, no los resultados, y según vayan o no contra determinadas ideologías. Ejemplo: el feminismo y el machismo son ideas inmorales de un mismo tipo de mente cuadriculada y de bajo nivel cultural, no las expresiones naturales de lo masculino y lo femenino; pero en la sociedad correcta solo el feminismo es moral, con lo que quedan fuera de la moralidad las historias del arte, de la literatura y el cine, toda la historia de la cultura y hasta la Historia misma. Igual ocurre con otros pensamientos incorrectos para los que se han tenido que crear neologismos: la islamofobia es incorrecta, pero la cristianofobia es correctísima; la homofobia es perseguible, mientras que la heterofobia es la tendencia que acabará triunfando en una sociedad de verdad progresista y de izquierdas.

Para suplir con confusión la pérdida de clientela, el socialismo quisiera cambiar el orden natural de las cosas creando el delito de 'odio ideológico', insólita novedad ultracorrecta. El legislador se resistió en todos los tiempos a entrar en la intimidad de las casas y de las mentes, por considerar que ciertos pecados quedaban a la conciencia del pecador, quien, se daba por supuesto, sufría un castigo moral. Un asesino no lo era hasta que no cometía un asesinato, aunque fuera en grado de tentativa. Mientras lo planeaba con todas las agravantes no lo detenía nadie porque no había cometido ningún delito. El odio es pecado pero no delito. Si alguna vez lo fuera el ideológico, sería solo el odio a la izquierda. Deberíamos rescatar la lucha de clases, antiguo disparate que mantenía entretenida a la izquierda sin necesidad de dotar a la policía de poderes telepáticos.

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