Línea de fondo
Santiago Cordero
Sociedad polarizada
La Rayuela
Un presidente autonómico que va al Senado a “trolear” a sus adversarios políticos, estrategias de Moncloa a través de programas de entretenimiento que se emiten por la tele y se siguen por redes sociales, debates parlamentarios con argumentos de alcoba, comisiones de investigación en el Congreso preparadas como un casting para entrar a Gran Hermano o Masterchef, porque van a ser eso, verdaderos shows entre la realidad y la ficción… Cada vez estoy más convencida de que los políticos no se están alejando de la gente, todo lo contrario. Quizás es que a fuerza de escuchar una y otra vez ese reproche, han decidido acercarse tanto al pueblo llano, que se están pasando de frenada. El ministro de Transportes, Óscar Puente, por ejemplo, nos habla como a niños cuando se refiere a un proyecto tan trascendental como el AVE para conectar Andalucía con Portugal. Dice que la inversión sería “bestial” y que se tardaría en hacer “un montón de tiempo”. Argumento de peso, sin duda.
Lo que parece que no han entendido nuestros representantes públicos es que se les pide interés por los problemas reales del día a día y no que rebajen sus formas y conviertan las instituciones en la barra de un bar o en un hilo de Twitter (bueno, X).
Estos políticos nuestros de 2024 confirmarían las advertencias de Ortega y Gasset en su tesis sobre la democracia, que él calificaba de morbosa. El noble motivo de la ruptura de la desigualdad jurídica que condujo hacia la nueva forma de organización política acababa eclipsado, según el gran pensador del siglo pasado, por la perversión del “plebeyismo”. ¿Qué pensaría sobre el espectáculo actual? Diría que la democracia es la que ahora sale troleada cada día.
También Manuel Azaña se quejaba de la agitación y la propaganda que se fomentaban desde la clase política para caldear al pueblo de forma ficticia. No son problemas nuevos los nuestros, pero hay cosas que han cambiado mucho. Ambos, Ortega y Azaña, fueron adversarios políticos y desde sus escaños se despedazaban intelectualmente con erudición y templanza, con el máximo respeto y hasta con admiración. En un debate de tanto calado como el del Estatuto de Cataluña, en un contexto tan convulso como la España de 1932 y con posiciones del todo opuestas, lo más duro que el presidente de la República llegó a decir del filósofo y diputado era que los hombres de talento exageran, aunque no se lo propongan. Las comparaciones son demasiado odiosas.
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