Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfor
ESTAMOS admirados: si un gobierno legisla en contra de la doctrina de la Iglesia y la Iglesia y sus fieles protestan y se oponen, el gobierno se enfada. ¿Está dentro o está fuera de la Iglesia? Porque esa es la cuestión. Si está fuera, no cabe más protesta que la que causaría una disposición doctrinal del patriarca de Moscú o del Dalai Lama. Si está dentro, las leyes contrarias a la doctrina de la Iglesia serían escasas y sólo cuando respondieran a un clamor popular de la sociedad civil moderna: la libertad religiosa, el divorcio sin facilidades y el aborto en muy contados casos. Y, además de esto, los diputados católicos tienen la facultad de votar en contra de las leyes repugnantes para su conciencia. Los legisladores no creyentes no tienen que fingir escándalo alguno cuando la Iglesia cumple con su obligación. No es su iglesia. Lo escandaloso sería que la jerarquía eclesiástica guardara silencio ante las excentricidades gubernamentales.
Estamos admirados igualmente de que otras confesiones religiosas no digan ni pío de los matrimonios homosexuales, de los privilegios para los transexuados una vez 'reasignados sexos', expresión de la España tonta que quiere enmendar las leyes de la Naturaleza, o de los 'talleres' para enseñar lo que todo el mundo sabe, aprendido por los pasos naturales de la iniciación sexual desde el hombre de Olduvai: la masturbación, un nuevo mediterráneo descubierto por políticos ociosos, confundidos entre la provocación y la ridiculez, el izquierdismo y la prehistoria. Nos gustaría que de todos estos asuntos dignos de engrosar las páginas de la Historia de la estupidez humana, de István Rath-Vegh, dijeran algo las autoridades religiosas musulmanas, una minoría a punto de tener poder en los ayuntamientos de España, donde se van a encontrar como oficiantes de casorios homosexuales o facilitando los tocamientos torpes de sus veladas púberas.
Lo sabíamos hace tiempo y lo hemos escrito: el legislador siempre se mostró pudoroso con la intimidad de las casas y no entraba en sus costumbres, salvo delito o grave escándalo, y su cometido era dar buenas leyes para que los ciudadanos solucionaran sus conflictos libremente sin que los gobiernos se notaran demasiado. Era de esperar que si el izquierdismo se entiende como derogador de los códigos morales religiosos, se viera obligado a promulgar otros códigos morales de corte parecido porque no tiene otras referencias. La nueva moral por falta de costumbre es causa de desconcierto y de enredo por no saberse qué hay que hacer en cada momento. Un concejal, en un taller, puede enseñar a masturbarse a su vecinita, ¿con testigos para prácticas tan íntimas? Si no somos concejales, ni tenemos taller, y hacemos lo propio, ¿somos corruptores? Cambiar la moral y las costumbres por decreto, además de inútil, no trae sino desorientación y sufrimiento.
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