El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Paisaje urbano
Mucho se habla del carácter intensivo de la política municipal y el potro de tortura que es el sillón del rey santo, pero lo que tiene de verdad mérito hoy día es ser presidente del Consejo. Cada vez que me cruzo con mi vecino y colega Paco Vélez por la calle Baños, no puedo evitar un disimulado rictus de compasión. Cuando parecía que la polémica del cartel era ya cosa del pasado y después del pregón íbamos a estar sólo pendientes de lo que tenemos que estar (esto es, del tiempo y de las cofradías) va y se pone el personal a chivatearse del vecino de palco, cuya jeta no le suena de nada.
Y uno imagina el apuro que debe ser contactar con el abonado interpelado, que además será hasta conocido de la casa (porque aquí nos conocemos todos) para notificarle que su abono ha sido cedido contraviniendo el reglamento, con la consecuencia de la apertura de un procedimiento sancionador no tan fácil de gestionar porque, al fin y al cabo, el Consejo no es más que una entidad privada, más pensada para la gestión que para otra cosa, cortita de estructura. Y luego las alegaciones, lindando con la exaltación, que los sesudos letrados de chaqueta azul e insignia en el ojal (ya se sabe que en nuestra Semana Santa el de los abogados no es precisamente un gremio que escasee) puedan oponer desde sus despachos llenos de cuadros con sus devociones. Un verdadero lío, muy sevillano, del que no puede salir nada bueno.
Hasta ahora, la gestión de las sillas y palcos de la carrera oficial ha seguido un proceso mixto, entre la estricta observancia de la norma vigente y el agradecimiento por los servicios prestados. No hay más que pasarse por las primeras filas de la parte contraria al Ayuntamiento para reconocer a la nomenclatura municipal de los noventa, y aquí el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. La progresiva globalización de la Fiesta, el ensanchamiento de una clase media cada vez más partícipe y la democratización de los valores de una sociedad que soporta mal ciertos privilegios de clase que siempre han existido, unido a los cantos de sirena de ese pujante turismo de emociones, han cambiado por completo las reglas del juego. ¿Para mejor? Mucho lo dudo. No me veo esperando abajo en la escalera mientras intento sin éxito encontrar el dichoso pase telemático en mi móvil mientras arriba se marcha con paso firme avenida abajo el portentoso cristo de Los Estudiantes.
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