Aunque transcurridas ya dos semanas, cualquier reflexión puede parecer pasada, no me resisto a dejar mi opinión. Me refiero a lo que he oído denominar «incidente circulatorio» de un concejal popular de nuestro ayuntamiento. (¡vaya! ¿no se trata de un delito contra la seguridad vial recogido en nuestro Código Penal?). No voy a ahondar en el asunto: allá cada cual con la altura en la que sitúa su dignidad. Pero ha habido un aspecto de todo ese embrollo que se me ha quedado dando vueltas en el magín. Según informó este mismo Diario, media docena más de políticos provinciales habían dado positivo en el índice de alcoholemia mientras conducían. La lectura de la relación resulta de lo más elocuente. Por ejemplo, con la inclusión del reciente caso, se puede afirmar que se trata de un comportamiento que no distingue de colores políticos: los hay de todas las ideologías. Pero, según el relato, lo que más identifica al colectivo es la resistencia a dimitir de sus cargos. Apenas reconozco un gesto de torera dignidad y de dimisión, aparentemente no forzada. En los otros casos, se huele la presión o la acción de sus respectivos partidos, que los destituyeron de sus cargos o los invitaron a marcharse; como fue, y luego no fue, en el último episodio. Hay dos casos de lo más llamativos: el del concejal de izquierdas de Jerez que permaneció diez años más en el cargo, aupado, además, por su propia formación política; y el del alcalde socialista que no solo no abandonó su cargo, sino que con los años «ha ascendido» a la condición de senador, presentado también por su partido. Estos comportamientos dejan una innegable huella de suciedad sobre el ejercicio de la política que no resulta nada ejemplar y, de paso, demuestran la dificultad para conjugar el verbo dimitir entre nuestros políticos. Ni por dignidad, oiga.

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