Carlos Colón

Dios está aquí

La ciudad y los días

Reducción de los contenidos de la fe a mitos y de nuestras fiestas religiosas a vacío espectáculo elefantiásico

30 de mayo 2024 - 00:30

Kaj Munk fue un pastor luterano y dramaturgo danés asesinado por los nazis cuya memoria como mártir conmemora la Iglesia Luterana, junto a la de Maximiliano Kolbe, el 14 de agosto. En 1925 estrenó Ordet(La palabra) que Dreyer llevó al cine magistralmente en 1955. En ella se enfrentan la moderna teología liberal protestante que considera irracional mitología los milagros y la fe que acepta lo incomprensible para la razón. Culmina en una resurrección obrada por la fe ante la que los testigos exclaman: “¡Es el Dios de antes, el Dios de Elías! El mismo y Eterno”. Evoca lo anotado por Pascal tras experimentar la revelación de Dios: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, y no de filósofos y sabios”.

Las ya casi dos veces centenarias corrientes de desmitologización de los textos sagrados iniciadas en el protestantismo liberal conllevan el peligro de la reducción del cristianismo a mitos ligados a un tiempo, una cultura y un espacio concretos. Esto supondría que, desde la Encarnación a la Resurrección, con los milagros que Jesús obró entre una y otra, todo serían, no realidades históricas acontecidas, sino formas míticas y simbólicas de expresar los contenidos de la fe.

Frente a ello –sin incurrir en la literalidad fundamentalista: la hermenéutica nació de la interpretación de los textos sagrados– la Iglesia defiende la realidad histórica de lo escrito en los Evangelios y proclamado en el Credo. Sin embargo, cada vez más creyentes, en una versión por así decir popular y ambiental de la desmitologización, tienden a considerar mitos o símbolos las realidades religiosas, incluida –por eso traigo hoy aquí la cuestión– la Eucaristía. “¿Es solo un símbolo o nos indica algo real?, se preguntaba el papa. Y respondía: “La Eucaristía no es una simple conmemoración de aquello que Jesús ha hecho en la Última Cena. Hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo ofrecido por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros, y tiene por objetivo que podamos convertirnos en una sola cosa con Dios”.

La reducción de nuestras fiestas religiosas a espectáculo elefantiásico sacado de madre y de fechas podría ser una versión andaluza y sevillana de esta tendencia, cumpliéndose lo que intuyó Pasolini hace medio siglo: “La religión sobrevive como un producto de enorme consumo y una forma folclórica aún aprovechable”.

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