Enardecida por las dopaminas que producen los grandes mítines que cierran los congresos de los partidos y que luego salen en los telediarios, María Jesús Montero se subió a la tribuna y en un puro grito buscó el aplauso de la también enardecida concurrencia proclamando a los cuatro vientos que los ciudadanos íbamos a pagar ya, pero ya, un impuesto que el Tribunal Constitucional acababa de desmontar por injusto y arbitrario. Que eso lo arreglaba ella antes del lunes, que a ágil para sortear una sentencia del Constitucional no le gana nadie, faltaría más. Y lo mejor del caso es que el aplauso que buscaba se lo ganó. La ovación fue cerrada y unánime, de donde se deduce que los que asistían el domingo a la clausura del congreso del PSOE andaluz en Torremolinos se sentían, con la ministra de Hacienda al frente, mucho más defensores de los mecanismos de recaudación de los ayuntamientos que de los intereses de los ciudadanos, que quedaban reducidos a meros sujetos pasivos, nunca mejor dicho.

¿Se puede buscar una imagen que represente mejor el divorcio entre la política y la vida real, entre lo que le preocupa a usted y lo que obsesiona a los que se encargan de gestionar la cosa pública? Posiblemente sí. Por ejemplo, la de las decenas de periodistas arremolinados a las puertas de la catedral de la Almudena para captar el momento histórico en la que la presidenta y el alcalde de Madrid se iban a encontrar para asistir juntos a una misa. Así estamos. Y luego dedicaremos sesudos análisis a tratar de explicar por qué la gente desprecia cada vez más la política y a los políticos.

Pero no nos alejemos demasiado de lo ocurrido en Torremolinos porque el hecho de que la protagonista sea María Jesús Montero no es menor. Cuando Pedro Sánchez la llamó para hacerse cargo de la cartera de Hacienda y de la Portavocía del Gobierno atesoraba una larga experiencia política en Andalucía que la situaban como una de las políticas socialistas con más prestigio en unos tiempos en lo que eso era mucho decir. De hecho, siempre que ha habido algún reto de importancia su nombre ha sonado: primero para la Junta y ahora para la Alcaldía de Sevilla. Pero su paso por la trituradora que supone estar en el escaparate de Madrid no le ha hecho ningún favor, por más que pueda presumir de haber sacado adelante los Presupuestos. En Torremolinos evidenció el nivel al que se encuentra el Gobierno al que pertenece y la política española en general. Cuestión de dopaminas.

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