Desde la ciudad olvidada

José Manuel Moreno Arana

La Ermita de San Telmo

ES fácil recurrir al tópico ante un enclave tan castizo, en el que lo inmaterial parece sobrepasarlo todo. ¿Pueden expresarse verdades objetivas? Mi deber como historiador del arte es, al menos, intentarlo. Partamos de la base de que la Historia del Arte no está formada sólo por los grandes hitos y que todo arte es una huella valiosa de la sociedad en la que se creó. Lo digo porque es difícil encontrar en un edificio como éste elaborados refinamientos arquitectónicos. Al exterior, todo está realizado con una acusada simpleza material y estética y, a la vez, con una rara coherencia en la que ni siquiera los modernos retablos cerámicos logran chirriar dentro del conjunto. Los muros blanqueados, esas tejas imperecederas, la portada, pintoresca, simple y pintada de amarillo albero; todo parece tan insignificante… y sin embargo es tan auténtico... Pero hay algo más en esta ermita a tener en cuenta: su protagonismo urbano. La torre cuadrada y maciza de la cabecera, que ocupa el camarín del Cristo de la Expiración, puede decirse que marca la frontera entre dos realidades diferentes. Dos realidades distanciadas por la Historia, ya que el crecimiento de la ciudad por el sur se paró en este punto hasta la llegada del siglo XX, para entonces desparramarse de una manera un tanto descontrolada y suburbial hacia abajo. Desde arriba la ermita preside y se asoma a ese abismo, es protagonista del paisaje.

Si este monumento sigue en pie es gracias a la Hermandad del Cristo, que ahora pretende iniciar una restauración para renovar sus deterioradas cubiertas. Sin embargo, las intenciones futuras son más ambiciosas y menos plausibles pues se está ideando una ampliación de la ermita. Habrá que estar en alerta ante esta cuestionable actuación que, si nadie lo remedia, conseguirá alterar lo inalterable.

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