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Todo vuelve, o eso parece: el auge retardario de los particularismos, el extremismo político, la idea y la necesidad de Europa. La Europa orteguiana de los 20/30 se articuló en paralelo a su España invertebrada y a las nuevas políticas de masas que craquelaron el continente y devastaron el mundo. Emilio Gentile recordaba en Quién es fascista que dicho insulto, ¡fascista!, utilizado con abrumadora generosidad por el comunismo de entreguerra, dejó de aplicarse súbitamente tras el pacto Ribbentrop-Mólotov, de agosto de 1939. Según Enrico Letta, ex primer ministro italiano, el ahorro europeo se va fuera del continente, y luego vuelve, ya en otras manos, para comprar las empresas de la UE. Esta disgregación y jibarización de Europa es lo que, presumiblemente, se subrayará en el Informe Letta que se presenta mañana en el Consejo Europeo.
Ortega, repito, encontró en Europa la solución a los provincianismos regresivos que consumían a España; pero no solo a ella. Recordemos que los nacionalismos, alentados por Rusia en los Balcanes, se hallan en el origen de la Gran Guerra. Y que la política de Woodrow Wilson en la reordenación europea, incluida por Zweig entre sus Momentos estelares de la humanidad, pero vertiginosamente equivocada, dado su carácter étnico, no fue sino el cimiento de la siguiente matanza. De nación a provincia de Europa será el título de una conferencia de Ortega en la Alemania de la inmediata posguerra. Esa misma idea de comunidad, de unidad política del continente, es la que se encuentra ya, al modo de un audaz paliativo, en su fundamental y extraordinaria La rebelión de las masas. Como buen filósofo, Ortega avizora y expone un marco general, que es el que Letta quizá esté concretando en su informe. Un informe en el que se proponen la supresión de las desigualdades y arabescos fiscales, tan gratos a nuestros nacionalistas, y una mayor corpulencia de la industria y la banca europeas.
Se trata, en todo caso, de una sencilla cuestión de supervivencia. A Europa la están comprando –con el dinero de los europeos– desde otras partes del mundo. Y según advierte Letta, no se ha querido combatir este declive. Por similares motivos, nuestros vecinos del Brexit andan muy preocupados con la influencia de Trump en sus comicios. Asunto este, a un tiempo crucial y pintoresco, que tampoco resultará inocuo para el continente. Como hace un siglo, la idea democrática parece haber perdido su prestigio.
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