Marco Antonio Velo
Jerez: la calle Don Juan, Luis Ventoso, Loreto y el gesto de María Luisa
Mañana arranca la 24ª edición del Festival de Jerez y no puedo menos que dedicarle este espacio. No crean, sin embargo, que es fácil para mí, porque, dada mi cercanía y larga relación con él, me va a resultar complicado elegir qué aspectos debo subrayar. No se me escapa, por ejemplo, que, en una ciudad tan grande como esta, el evento pueda pasar desapercibido para una mayoría de sus más de doscientos mil habitantes. No pasa nada: la cita nunca fue concebida para consumo interno y, además, ello no le resta ni un ápice de importancia. No por sabido se puede dejar de destacar que durante dieciséis días Jerez se convierte en la capital mundial del baile flamenco y de la danza, disciplinas de las que se ha convertido en un incontestable referente internacional, y eso tiene repercusiones de toda índole y de una indudable cuantificación.
La ciudad, que es cuna de este arte, se transforma para ser anfitriona y recibir a los millares de personas que acuden atraídas por sus reconocidos cursos, sus espectáculos y, sobre todo, por la experiencia y el ambiente que se vive durante el Festival. Un privilegiado lugar de encuentro de artistas, aficionados y aficionadas de más de treinta nacionalidades, profesionales y periodistas especializados. Lo dejó dicho una relevante artista sevillana: "Jerez es el lugar donde toda la gente del baile desea estar". Así que, desde mi modesta posición, hoy los invito a que se acerquen durante los próximos días al centro y participen de la vida que se crea en torno a la cita, porque, como me trasladaba una vez una compañera de origen norteamericano, en los EEUU se piensa que "al Festival hay que venir al menos una vez en la vida, aunque no se entre en el Villamarta". Pero ustedes no se priven y, si pueden, acudan también a sus espectáculos, que hay mucho que ver y escuchar y en muchos sitios más.
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