Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfor
PARA llegar a ser idiota, un requisito indispensable es haber nacido antes. Cayetano Martínez de Irujo nació hace 48 años y en todo ese tiempo ha aprendido a montar a caballo y a hablar. Si se hubiera conformado con lo primero, ahora nos estaríamos dedicando a comentar su brillante carrera como jinete y lo limpias que lleva siempre las botas. Pero como además aprendió a decir cosas, y encima aprendió pronto, en todos esos años ha tenido tiempo de sobra para pronunciar un considerable número de sandeces. La última, en una entrevista que emitió la tele el domingo pasado. Adobado con comentarios diversos sobre lo poco que les gusta trabajar a los andaluces (algo sobre lo que no tengo nada que objetar, ya que trabajar es una penitencia que a nadie -ni siquiera a él, que nació en Madrid- le apetece lo más mínimo), no quiso el hijo de la duquesa de Alba desaprovechar la ocasión para declarar que a él lo que de verdad le hubiera entusiasmado es vivir en la Edad Media.
A mí personalmente también me encantaría que el señor Martínez, conde de Salvatierra, hubiera vivido en la Edad Media, en vez de vivir en la misma época en la que nos ha tocado vivir a usted y a un servidor. Pero qué se le va a hacer. Las tecnologías no han avanzado todavía lo suficiente como para poder darle ese gusto al señor conde y, a menos que en un breve plazo se invente algo para viajar en el tiempo, va a ser complicado lo de pasaportarle para que el resto de sus días los disfrute en el siglo XII, que según sus propias impresiones tenía que ser una gozada.
Tampoco gustaron demasiado las críticas que hizo don Cayetano al atraso social de los andaluces. Que nuestra tierra no es el colmo del progreso ya se encarga de demostrarlo a diario el canal autonómico de la televisión. Su insistencia en celebrar la cultura del refajo, ese empeño en crear una filosofía de la bata de felpa, tantos programas de humor desdentado donde los chistes de marmotas y butaneros son ovacionados como el no va más de la civilización occidental, junto con una especie de orgullo catódico del búcaro y el zurrón, todo ello ayuda a que proyectemos al mundo una imagen de nuestro pueblo no muy vanguardista que digamos. Pero que venga a denunciar esos retrasos un señoritingo cuya familia tampoco es que destaque por haber creado empresas punteras en el sector de la aeronáutica (sino que se embolsa sus buenos millones en forma de subvenciones para que el negocio campesino no decaiga); que critique el servilismo de los jornaleros alguien que sale de paseo montado en una calesa, y que tenga la ocurrencia de reclamar espíritu emprendedor a los jóvenes andaluces el mismo mequetrefe al que no se le ocurre mejor periodo de la Humanidad que la Edad Media, me parece que ni mucho menos es para indignarse. Es para recomendarle que cambie de medicación, que esta que toma ahora no le hace mucho efecto.
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