Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
Un Gobierno que cambia de un plumazo la historia de España, ¿no va a sentir que puede echarse a la espalda el historial académico de cualquiera? Una buena norma de derecho positivo, ea, y acabamos con el fracaso escolar para siempre. Y vámonos que nos vamos (al curso siguiente).
O sea, que han suspendido el suspenso. Algunos héroes están defendiendo la función pedagógica de los exámenes con rigor (con perdón). Quiero dar un paso más y defender también el fracaso en sí, no sólo los exámenes aunque puedan suspenderse.
El fracaso es indispensable en la forja de un carácter y en la construcción de un destino. Lo digo por experiencia. Christian Bobin pone en Las ruinas del cielo un ejemplo más noble: "Cornaille que -con La Fontaine y Pascal- pule el diamante puro [del idioma francés] es un joven tímido, casi tartamudo, del cual dice Fontenelle, 'su pronunciación no es en absoluto nítida'. Nuestras carencias son la otra cara de nuestras gracias". La otra cara de una moneda indivisible: si queremos acabar con las carencias, terminamos tirando en el mismo gesto las gracias.
Encima, por pura lógica, hay un momento en que la sociedad tiene que empezar a suspender, porque si no todo el mundo aprobaría las oposiciones de Registrador de la Propiedad. En consecuencia, si se deja de suspender a la gente durante los años formativos para empezar a suspender sin remedio a partir de cierto momento, estamos abocando a muchas personas a una decepción descomunal cuando es demasiado tarde y cuando no se han preparado para superarla, ni académica ni anímicamente. Un fracaso a tiempo es una victoria.
Doy clases en Formación Profesional y he tenido numerosos alumnos que han llegado allí gracias [sic] a los fracasos escolares previos. En su inmensa mayoría, estos alumnos han dado con su vocación profesional en la FP, han sido estudiantes exitosos y hoy son buenos profesionales. Sin los fracasos en Secundaria, Bachillerato o la Universidad, hubiesen seguido mareando en unos estudios que ni les gustaban ni les aprovechaban.
Repaso mi vida (pueden hacer ustedes lo propio) y concluyo que, a pesar de haber sido un buen estudiante, sin algunos suspensos estratégicamente situados, yo no habría llegado a dar con mi sitio en el mundo. Por supuesto, los suspensos no lo hicieron todo solos, tampoco hay que idealizarlos, pero se arremangaron y empujaron lo suyo. Qué suerte tuve de nacer en otros tiempos.
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