Descanso Dominical

Historia de un seiscientos

Pronto descubrimos que Don Cojoncito no se rendía nunca. Su épica era inquebrantable

Aquel coche…, aquel coche no era un carro cualquiera. No diré que fuera un miembro más de la familia, pero casi. Al fin y al cabo esos cacharros no son solo un medio de locomoción que nos lleva y nos trae del trabajo, un concierto o la consulta del médico. Son fedatarios de algunos de los más sublimes o indignos -depende- capítulos de nuestras vidas. Son el escenario donde dejamos caer confesiones guardadas, allí donde se quedan para siempre manojos de risas y llantos. Son testigos de los primeros amores, en esos años en los que ponemos a prueba sus amortiguadores y nuestros corazones. A veces, son el único sitio donde podemos estar un rato a solas, el único lugar donde podemos ser nosotros mismos.

Mamá tenía una especial inclinación por los '600'. Cuando Seat alumbró al mundo este modelo, en 1.957, su aspecto, con esas redondeces, y sus dimensiones, tan tímidas, le hacían parecer el primo lejano y tieso de los escarabajos de Volkswagen. Pero había nacido un mito. Vázquez Montalban lo describió muy bien. Claro, era Vázquez Montalban. "El día que los españoles subieron al 600 empezaron a alejarse de su pasado e iniciaron una excursión de fin de semana de la que aún no han vuelto".

En casa tuvimos unos cuantos. Casi todos llegaban para colgar las botas, en una forma física inquietante, como cuando Maradona fichó por el Sevilla. Recuerdo que los humanizaba. Los miraba y me miraban con esos faros redonditos como diciendo "no me abandones". Todos sucumbieron de una forma más o menos prematura al estrés de la vida moderna. La junta de culata, el cárter, el cigüeñal…, ya sabéis, demasiados achaques en el cuerpo. Todos menos uno. Apareció por la calle Lanuza una tarde mientras jugaba a los bolindres, ¡hoyito mío! A primera vista no inspiraba ninguna confianza. Cuando te subías en él, menos. Sin embargo, pronto descubrimos que no se rendía nunca, aunque en cada ceda el paso pareciera que iba a entregar su alma al desguace más cercano. Mi madre lo bautizó como "Don Cojoncito"... El calentamiento global es una chorrada. Calentamiento el de ese coche cuando tenía que subir una cuesta. Nos mirábamos pensando "no lo va a conseguir", pero su épica era inquebrantable. Ríete tú del acorazado Potemkim. Don Cojoncito nos dejaba cada día con una fidelidad marcial en la puerta de los Marianistas y del Cuco, fue nuestro pasaporte a las playas de Chipiona varios veranos e, incluso, peregrinamos hasta El Rocío con él. Y volvimos para contarlo. Siempre con ella al volante.

Ahora que lo pienso, creo que sí, que fue un miembro más de la familia. Qué bueno sería, cuando hace falta echarle arrestos a la vida, poder sacar una pizca del coraje que tuvieron Don Cojoncito y su conductora, qué bueno sería…

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