La tribuna

Jose Manuel Aguilar Cuenca

Historias repetidas

EN mayo del año pasado publiqué en este mismo espacio un artículo sobre Josef Fritzl, el padre austriaco que mantuvo secuestrada y sometida a agresión sexual a su hija durante más de dos décadas. Hace pocas semanas ha saltado la noticia de Phillip Garrido, otra muestra de la barbarie que anida en el fondo de cada ser humano. Ya entonces advertía que las aberraciones iban a seguir habitando entre nosotros, poniendo en entredicho nuestra incredulidad y creencias.

Llegado septiembre se cumplen dos condiciones que nos permiten retomar el debate de los episodios de violencia que, antes del estío, nos removieron las entrañas. En aquel momento, los supuestos abusos sexuales de grupos de chicos sobre otros menores; ahora, el descubrimiento de otro sádico que encierra durante décadas a un ser humano, para convertirlo en su esclavo sexual; pero también el asesinato del periodista Christian Poveda, a manos de la Mara, o el apuñalamiento del vicepresidente primero y consejero de Infraestructura del Cabildo de La Palma, Gerardo Hernández, por parte de su ex pareja.

La primera condición es que en estos momentos podemos adoptar una postura más fría y ponderada, a la hora de abordarlos. La segunda es que hemos tenido la oportunidad de leer e ilustrarnos, reflexionar sobre el tema, elemento novedoso cuando consideramos que la prisa es el motor del mundo occidental, independientemente de que estemos informando o reclamando que se tomen medidas.

Como conclusión inicial podemos observar que los episodios de violencia ni cesan ni corresponden a un entorno geográfico o económico determinado ni a un sexo concreto, creencia religiosa en exclusiva ni, tan siquiera, son únicamente responsabilidad de sujetos individuales, sino que se pueden expresar en entornos grupales que actúan con unicidad. La violencia es múltiple, así es su forma de expresarse, aunque sus apoyos no sean tan variados.

La segunda conclusión, que motiva este artículo, es que la presencia continua y ubicua de este tipo de episodios está construyendo una sensación de desánimo ante lo que parece su inevitable ocurrencia. Especialmente cuando vemos que no han traído, como consecuencia, no ya la adopción de cambios legislativos o de acción policial, nada recomendables en el dolor del momento, sino simple y sano debate alejado del morbo.

Vivir en sociedad nos ha permitido evolucionar, alcanzando cotas de desarrollo imposibles de lograr de otro modo; sin embargo, plantea inevitablemente el riesgo de cruzarse con sujetos como los autores de los atropellos arriba descritos. Siempre serán nuestras vergüenzas, sirviéndonos para recordar que debemos de tener presente que constituyen una parte consustancial de nuestro ser como especie. Cuestión diferente es que no hagamos nada.

Garrido tiene un historial delictivo largo. Cumplió condena por otros delitos violentos y, en estos momentos, se investiga si ha sido responsable de varios asesinatos. Como en el caso del Fritzl, se hace difícil aceptar que actuara durante tantos años con tal impunidad. Más aún pensando que no vivía, cual Unabomber, en mitad de un monte, sino rodeado de otras familias. Garrido pudo llevar a cabo sus actos por la indiferencia de los vecinos, que ahora relatan a los medios que ellos ya sospechaban de él, y el mal funcionamiento del sistema al que tenía que estar sometido por ley. Garrido es un ejemplo de una enfermedad de la humanidad que cursa sin síntomas que nos alarmen, sin marcas o deformidades que nos pongan en guardia, pero también es un síntoma de los males de nuestra organización social.

La reflexión que planteo es que estamos dejando que sea el olvido, y no nuestra voluntad, el que haga el trabajo de afrontar todos estos hechos. Hemos dejado morir la indignación por lo ocurrido con los grupos de menores, a sólo unos metros de nuestras casas, aplastada por el paso del tiempo y nuestras múltiples ocupaciones diarias. Si todos sabemos que los comportamientos se imitan, ¿cuándo creen ustedes que encontraremos entre nosotros ejemplos como los ocurridos en los países a los que nos referimos?

Sabemos que algunos de entre nosotros se comportan como depredadores. De principio, ante eso poco podemos hacer. Sin embargo, tampoco nos movemos para plantear la discusión reflexiva sobre qué hacer de forma preventiva o paliativa, que nos prepararía para la inevitable ocurrencia de acontecimientos que, por más que insistamos, no dejarán de presentarse ante nosotros, historias repetidas a las que nunca debemos dar la espalda.

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