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Cierro los ojos y me concentro en ese olor a plumier e imprenta, a cedro de incienso y grafito, a goma Milan… La atmósfera es casi palpable. Ahora miro los libros y cuadernos en los estantes y el escaparate, y reparo en que, muchas veces, cuando mis manos los alcanzan, antes incluso de ir a su portada como el que busca un espejo, decido entreabrirlos y acercarme a respirar sus páginas. El perfume de un libro recién nacido a la lectura crea un vínculo difícil de esquivar. Es raro que después de husmear en sus adentros no quieras saber un poco más.
Antes de dejar que mis pensamientos sigan brujuleando regreso al paisaje de la papelería. Tiene las maneras de un vagón de tren clásico, como del Orient Express. Es curioso, no lo había pensado nunca, y mira que he entrado aquí decenas de veces. Al principio lo hacía de la mano de mis padres, ahora soy yo el que sujeta a mi hija y le pide que no toque nada, aunque me muera de ganas de tocarlo y olisquearlo todo con ella. Recio es, junto a la mercería y la ferretería, uno de los tres únicos negocios originales de Merca 80, el primer centro comercial que vio la provincia de Cádiz, inmerso ahora en la celebración de su 40 aniversario. Sí, amigos, sí. El de San Benito es un verdadero superviviente que, abrazado por su barrio, ha soportado con espíritu numantino las embestidas de esos megacomplejos donde solo huele a palomitas, carne procesada y ambientador barato. Un reducto en el que aún se conserva el aroma del comercio tradicional, ese aroma…
El que tenía la peluquería de Pepe Castaño en El Bosque, que olía a lavanda, colonia Atkinsons, lacas, bálsamo Floid y chupachups de fresa. El de la droguería de Quirós en la calle Consistorio, donde se derramaban las esencias de bolas de alcanfor, talcos, piedra pómez y almidón. Por no hablar de la Guarnicionería Duarte, en la Lancería; allí una incursión entre estribos, espuelas y sillas de montar llenaba el aire de cuero, grasa de caballo, pieles y curtidos. Mientras, en la calle Évora, Tejidos Anguita te descubría colores y texturas nunca vistas, y el barrunto de muselinas, popelín, organzas y seda salvaje. Y de buenas personas. Y de comercio de toda la vida. Todavía cerca de allí es posible alegrarse la mañana con la fragancia de una confitería tradicional, la de Juan Luis Perea en la calle Levante.
Los olores son la más potente y compleja máquina del tiempo que ha existido jamás. Solo rememorarlos es reservar un viaje extraordinario a lugares donde únicamente te pueden llevar tus recuerdos. Me voy para la puerta de la Plaza. No sé si os lo he dicho, pero me encanta el olor a churros por la mañana.
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