Igualdad diferenciada

Como nos advirtió Orwell, todos somos iguales,pero algunos lo sonmucho más que otros

Adriana Lastra, negociadora de Pedro Sánchez en este tinglado, todavía ha tenido tiempo de meterse con Rosa Díez con muy mala uva a cuenta de su edad. Ha escrito: "Cada vez que habláis de Rosa Díez me acuerdo de la gran película ¿Qué fue de Baby Jane?"

Haciendo oídos sordos a la tentación de hacer por mi parte un listado de películas a las que nos recuerda Adriana Lastra, la salida de pata de banco es muy significativa. La no discriminación que proclama la Constitución en su artículo 14 no rige nada más que por razón de sexo, como si los otros supuestos que cita el texto fuesen de segunda. La norma, en realidad, dice así: "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social". El discurso político dominante está obseso con el sexo. Por religión o por opinión o por edad o por el hecho de no haber nacido en Cataluña, los políticos como Adriana Lastra ven lógico que no se tengan iguales derechos, y hasta se permiten sus chanzas y gracietas.

Incluso observamos (gracias a la impagable Adriana) que tampoco la no discriminación por razón de sexo funciona cuando la mujer en cuestión no es de izquierdas o, siéndolo, como Rosa Díez, es crítica con el macho alfa (qué cosas), esto es, con el líder.

Hay que dar la razón a Douglas Murray cuando remata su ensayo La locura de las masas con la sospecha de que todo este montaje de la igualdad es pura fachada. No valen más que las igualdades previamente diferenciadas o, como ya clavó George Orwell, hay igualdades infinitamente más iguales que otras. No se lucha nunca contra desigualdades indudables (escolarizarse en la lengua materna o no, la brecha salarial que existe entre madres de familia y hombres y mujeres solteras, etc.) que podrían eliminarse con facilidad. Al final, prima el conflicto sobre cualquier esperanza de arreglo. Por último, como hace Lastra, incluso las igualdades más proclamadas, como la sororidad entre mujeres, cede el paso al desdén político y al apabullamiento.

Esto es lo que hay. Dejarse engañar por las dulces palabras de las campañas institucionales ya empieza a ser ignorancia culpable. El derecho auténtico a no ser discriminado lo tiene la persona, aunque sea hombre o no sea extremadamente joven o aunque, el peor de los casos, no aplauda sin cesar a Sánchez.

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