LOS libros y revistas sobre misterios, historia ficción, poderes ocultos, civilizaciones perdidas y encontradas milagrosamente en este planeta o en cualquier otro, y lo que la inagotable imaginación humana quiera recrear, inventar o lanzar al aire para alimento de morbosos o ávidos de mentiras, son legión. A esto se ha añadido la fiebre de la novela histórica, incluso prehistórica, extendida ya como una peste. El éxito está asegurado porque el público lector de estas publicaciones es fiel y eterno, está convencido de los misterios que le dejan caer los escritores que se aprovechan de su debilidad. El secreto no es tal, pero lo parece y funciona. Para no comprometerse recurren a las interrogantes: "Los primeros egipcios, ¿extraterrestres?" Con este título, una frase ambigua de un texto jeroglífico y unas imágenes de objetos de dudosa identificación, se elabora un escrito que plantea mucho y no concluye nada, porque termina con la misma frase del título.

En un tiempo ávido de mentiras, quizá como resultado de una serie de crisis espirituales, al lector devoto se le regala un misterio sin resolver sin resolverle el misterio, pero dejándole la sombra de la duda en su imaginación suelta y una vaga esperanza de que los problemas del mundo, en realidad los personales, lo van a solucionar unos visitantes muy inteligentes que llegaran en carros de fuego el día menos pensado. El género es inagotable, en verdad todos los géneros literarios lo son: "El emperador Carlos V, ¿homosexual?" "¿Está el Santo Grial en los Pirineos?" Hasta lo más sabido y demostrado encierra, si queremos, un misterio insondable. Con tirar la piedra y esconder la mano, la bola rodará de boca en boca y hallará crédulos. La teoría imposible, según las leyes físicas, de la Tierra hueca con un sol atómico en el centro y habitada por enanos, tiene defensores.

La gente crédula inspira envidia, un pecado vergonzoso que no da placer a cambio, pero no por la credulidad, sino porque es más feliz. Quienes alimentan la fe de los simples tampoco son desdichados: tienen todo su tiempo ocupado en invenciones y no hallan reposo para pensar en la realidad, ni siquiera para pensar si no es en sus delirios. La realidad es más aburrida o más angustiosa que la fantasía, según el espíritu de cada uno. Todos tenemos capacidad para fantasear o para disfrutar con las fantasías creadas por otros en las artes y las letras; pero las mentes sanas saben distinguir sin confundirlas realidad y ficción. Cuando la fantasía no basta porque sabemos que lo es, es cuando hay que recurrir a las mentiras camuflándolas de ciencia o de historia y hacerlas pasar por cosa seria y probablemente verdadera. Un público insaciable ha encontrado en las supercherías la seguridad que en otras épocas encontraba en las supersticiones.

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