Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

La muerte de un indeseable

La muerte de un indeseable
La muerte de un indeseable

Jerez, 04 de marzo 2019 - 05:00

Pues sí, ustedes me van a perdonar, si asó lo consideran, pero Javier Arzalluz fue un indeseable, y no porque haya muerto antes de ayer dejará de haberlo sido. Fue un indeseable, un miserable y una persona de mal, aunque ya no podrá seguir haciéndolo. La muerte no lo perdona todo.

No voy a decir que me alegre su muerte, pero tampoco que la sienta, en absoluto; simplemente, me era –ahora que vivía como un rancio jubilado- absolutamente irrelevante; aunque no siempre fue así, ni para mí, ni para todos los españoles que lucharon contra las criminales ratas etarras, ni para los que sufrieron sus desatinos, qué les voy a decir de los que les quitaron sus vidas y todos los que a estos querían… Así que cuanto más lejos estén, tanto Arzalluz como sus clones, mucho mejor, y creo que ahora está ya lo suficientemente lejos, además sin posibilidad de retorno.

Hay muchas maneras de medir las miserias de un hombre, una de ellas, sin duda, es calibrar la total ausencia de humanidad, compasión y generosidad con quien ha sufrido la más terrible de las desgracias: perder la vida con un cobarde y traicionero tiro en la nuca por… ¡nada! Justo lo que en vida hizo Arzalluz con las víctimas inocentes de los obscenos asesinos etarras. El ya desaparecido líder nacionalista decía, entre otras muchas atrocidades: “Los presos de ETA no son delincuentes porque no matan para enriquecerse sino por unos ideales”. ¿Se puede ser más miserable?

Nuestro “protagonista” de hoy, se defendía de las acusaciones de racismo “alegando” monstruosidades como esta: “Yo no soy racista, prefiero a un negro que hable euskera a un blanco que lo ignore”. ¿Se puede ser más miserable? Los que hoy dicen echarlo de menos, o no lo conocieron bien o son de la misma calaña de la que él formó parte con pertinaz obcecación, premeditación, alevosía y nocturnidad: “El RH negativo confirma que el pueblo vasco tiene raíces propias desde la prehistoria”, otra de sus “perlas” que “confirman” su absoluta falta de identidad con el racismo o cualquier cosa que se le parezca… ya saben: “La superioridad de la raza vasca”, “la pureza de los “euskaldunes” frente a lo vulgar de los hispanos…”. ¿Les recuerda a algo –creo recordar que sucedió en Alemania…-, o a alguien –creo que se llamaba Adolfo, “Adolf” para los amigos…-? Y, probablemente se las hubiese tenido que ver con él, si hubiesen coincidido en el tiempo, uno –aquel– en defensa de “su” raza aria, exclusiva y superior, por encima de cualquier otra; el otro –este– con proclamas como la que suscribió: “En Europa, étnicamente hablando, si hay una nación, esa es ‘Euskal Herría’”. ¿Se puede estar más hundido en la miseria, en el racismo más casposo, en lo absurdo que defiende siempre “lo propio” como lo mejor, lo especial, lo único…?

Arzalluz, probablemente, estaba enfermo, enfermo de odio a España y a todo lo español, enfermo de egocentrismo excluyente, apestado por esa megalomanía que tan acertadamente califica a todos los nacionalismos fanáticos, enfermo de rencor y resentimiento.

Dicen, los que pretenden hoy “honrar” la memoria de quien no lo merece: “Ha muerto un personaje histórico”. “Personaje” sí lo fue, para desgracia de muchos que lo perdieron todo, no por ningún otro motivo que se pueda considerar cabal; “histórico”, también, claro que por lo que será recordado no tiene nada que ver con ninguna proeza o acto heroico, con ninguna trayectoria insigne o ejemplar, más bien por las deyecciones que salían de su boca, por las memeces que defendía, por la crueldad de sus doctrinas, por la insensatez de sus postulados, por la cobardía de sus posiciones “políticas”; por todo esto sí se le recordará.

Ya saben que no conviene olvidar la Historia, porque ya saben lo que suele pasar cuando lo hacemos… Sería bueno, al menos conveniente, que no dejásemos de recordar lo que se dijo y lo que se hizo, quien dijo y quien hizo, lo que sucedió, lo que se pudo evitar y no se hizo, los cientos de muertos y las miles de familias y amigos que, estos sí, llorarán por siempre. A Dios, queridos lectores, lo que es de Dios, al César lo que es del César, a Arzalluz, a “su memoria”, a los que tratan de justificarlo o defenderlo, a los indeseable que aún piensan y actúan como él pensó y actuó… ¡nada!, tal vez, si les parece, el más absoluto de los desprecios. Sin olvidar, eso sí.

stats