Marco Antonio Velo

Jerez: Bartolomé Serrano y Javier Espinosa

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Bartolomé Serrano, delante de la presidencia de su Hermandad, con corbata a rayas y la mano izquierda en el bolsillo.
Bartolomé Serrano, delante de la presidencia de su Hermandad, con corbata a rayas y la mano izquierda en el bolsillo.

28 de agosto 2023 - 03:47

Jerez/Alfa: Ha fallecido a la longeva edad de 97 años. 97 y medio, me puntualiza un familiar en la sala del tanatorio Mémora. ¡Quién los firmara! Bartolomé Serrano Ruiz, así como Pablo Neruda según el título de sus memorias, puede confesar que ha vivido. Si bien es cierto que sostuvo sus últimos tiempos -enumerado en suma de años- prácticamente bajo la necesidad prescriptiva de la permanencia doméstica. Puertas adentro. Como dirían los antiguos, ya estaba dificultoso. Apenas salía. Achaques de una existencia ya instalada en los epílogos de la vida. Pocos sufrió hasta bien entrada las postrimerías de la edad de oro. Fue un hombre que, durante una larga etapa de su veteranía septuagenaria e incluso octogenaria, estuvo muy presente en el día a día de la Hermandad de las Cinco Llagas. Era de los fijos. No faltaba a una. La institución siempre por encima de todo. Porque profesaba una devoción profunda al Señor. Y a su Virgen de la Esperanza, tras cuyo manto de Carrasquilla siempre adivinaba los pasos silentes de su sobrina Mari Carmen, cuando la Luna de Nisán era testigo de tantas certezas sólo latentes en el arcano de lo secreto. Bartolo era más de obras que de palabras. Oía mucho y hablaba poco. Reservado… hasta cierto punto. Se reía a mandíbula batiente con las bromas que le encajaba el bueno de Pepe Valderas. Solía jugar al dominó con destreza.

Bartolo, siempre tan atildado, jamás exigió nada para sí. Su relación con el Divino Nazareno era cosa de dos. Ahí no entraba ni el Tato, ni Benito el de la purga. Ni el bonito de San Luis. Introvertido hasta decir basta. Aunque con aparente dificultad, Bartolo se movía mucho y con eléctrica rapidez. No se le caían los anillos a la hora de empuñar una fregona. Era de buen comer, aunque no glotón. Disfrutaba de lo lindo con los ratos de convivencia entre hermanos. Sabía al dedillo cuándo tocaba chaqueta y cuándo mangas remangadas. Solía caminar con el busto un poco echado para adelante. Y miraba a través de la cristalera de unas gafas qué advertían su vista cansada. Bartolo era, sobre todo, servicial. Cuando se contrariaba prorrumpía de sus adentros una voz arrasadora que abroncaba con determinación. Entonces, incontinenti, nadie le repicaba ni replicaba. La veteranía es un grado que ha de respetarse sin paliativos.

Bartolo gozaba muchísimo cuando la Hermandad ayudó a trasladar a la misa dominical a las personas mayores de San Juan Grande. Porque florecía en él la identificación cristiana de amar al semejante como a sí mismo. Necesitaba sentirse útil ante los demás. Y lo fue con creces. Hoy duerme el sueño del más glorioso despertar. Como un bendito varón que acaba de reconocer in situ los celestes tan calcados a los cuadros de Bartolomé Esteban Murillo. Descanse en paz, Bartolo, quien tantas mañanas de Domingo de Resurrección asistiera a la procesión de la Catedral. Hoy, como ayer, sigue siendo el mismo ante la mirada de Cristo Resucitado. Probablemente habrá preguntado a San Pedro si puede echarle una mano para abrir las puertas del cielo a las cinco de la tarde. Por participar y, ya digo, ser de utilidad allí donde ahora se encuentra. Además hoy cuenta con la ventaja de que no tendrá que estar pendiente de los horarios de los autobuses.

Beta: Quiero expresar a su familia mi más sentida condolencia por el fallecimiento, hace unos días, de Javier Espinosa de los Monteros. Javier ha sido modelo de constancia y fuerza para no pocos retos y envites de su propia biografía. Un hombre que supo hacerse a sí mismo. Emprendedor. Su tienda de muebles de la Avenida era un signo de elegancia. Y estilo. Recuerdo cuando asistí al sepelio de su hijo adolescente, quien falleciera contra natura en un accidente de moto por la zona de las Adelfas. Y la manifestación de dolor de cientos de jóvenes, rotos, durante las exequias que tuvieron lugar en el Pilar. Entonces comprendí, observando a Javier, la entereza y a la vez la debilidad de un padre ante la muerte de un hijo. Su ejemplo y su amor, su aceptación y su impotencia, encontraron en él un ejemplo a seguir. Javier ha muerto joven como consecuencia de una dura enfermedad. 67 años. Su pérdida nos ha pillado a todos con el paso cambiado. Cristiano que jamás alardeó de nada. Serio, templado, alto. Padrazo siempre. A día de hoy se ha reencontrado con su hijo allá donde el tiempo no existe. Estarán charlando, por largo, de lo divino y lo humano. Como en una conversación donde los espinos de los sinsabores terrenales poseían su explicación de rosas encubiertas que ahora se exponen a la luz. Luz de eternidad. Luz de Dios.

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