Jerez Íntimo

Marco A. Velo

Jerez en un amén: Sánchez, Guitarte, Ríos…

Alfa: La muerte se reviste de un dandismo de falsilla. La muerte no conmina a ningún quisque: tan sólo atiza a bocajarro: como una salteador capaz de judicializar la palangana de Pilatos. La muerte es un cuestionamiento de mano alzada sin turno de réplica. Asisto a las exequias de Antonio Sánchez Romero, un caballero a capite ad calcem. El tanatorio de la ciudad es un sofoco en corto: toda la compaña desdobla la sementera -jamás yerma- del dolor. Margarita Galindo Losada, la señora viuda, mantiene la estatura de la aceptación. Y reza ante el féretro a sabiendas que únicamente ella guarda para sí el don audible de la remembranza. Parece encarnar en su elegancia de mujer alta y templada toda la significación de la catártica obra del escritor Antonio Gómez Rufo: ‘El idioma de los recuerdos’.

Como el prismático en la lontananza del mar, así fijo yo la mirada prioritariamente en mi amigo y compañero Juan Antonio Sánchez Galindo, hijo del finado. Si en España hubiese cuarto y mitad de personal con la capacidad de trabajo -horas y deshoras- de Juan Antonio, quizá otro gallo nos cantara en dígame usted oxte y moxte del emprendimiento empresarial. Juan Antonio es multifacético y polifacético. Muestro mis condolencias a Margarita Sánchez Galindo, a Nieves Padilla Camarena y al joven Toto, que es torre de espigada sensibilidad.

Beta: La muerte es un fuego de artificio allí donde nadie convocó jolgorio ninguno. La muerte es muda por sistema y sin embargo – la muy obstinada- siempre opera con título de aguafuerte de Goya: ‘Caza de dientes’. Este pasado jueves mi grupo de WhatsApp de ex compañeros de promoción lasaliana rompía en seco su acostumbrada discreción parlante. Un grupo de WhatsApp éste de antiguos alumnos de la Salle que es pica en Flandes (porque en su cuadratura de diálogos ni se amotinan ni se amontonan mensajes multiplicados por decenas a poco que te descuides). Y es que hay grupos que aspiran al aquelarre de las intervenciones atropelladas -como el desenfreno del hablar por hablar sin coto ni medida-. No así el que nos ocupa, ¿digo verdad, Miguel Casasola, Alberto Andra, Ale Ceballos, Chato Domecq, Javier Moreno Martín-Arroyo?

Todos -los ciento y pico de las clases A y B- recibimos un varapalo emocional -todos encogimos la sílaba, todos nos agazapamos detrás del desgarro, todos nos descentramos- cuando la coyuntura del rumor enseguida confirmó la peor noticia: nuestro compañero Francisco Javier Guitarte Pimentel había fallecido. Lo que parecía nada se complicó en menos de treinta días. Guitarte siempre fue corpulento, de musculatura recia. Era sensible: con una demasía que a veces incluso sobrepasaba la linde afectiva de este universo mundo. En el taxi encontró el pan de su hogar. Maridaba profesionalidad y humanidad. Estaba muy comprometido con la causa del cáncer infantil. Amaba a los niños con estatura poética de las distancias cortas. Se ha marchado en un amén. Con laconismo de ángel terrenal.

Gamma: La muerte también ensancha el (inconmensurable y jamás abarcable) legado paternofilial. La muerte agiganta in memoriam el adiós de canela de un hombre bueno. Este viernes 13 despedíamos a Pedro Ríos Sánchez, padre de los destacados cofrades Carlos Ríos Montánchez -miembro del actual Consejo Local de la Unión de Hermandades y cofrade del Cristo del Amor y de la Candelaria de Jerez, así como de la Carretería y Virgen del Amparo de Sevilla) y Mercedes (cofrade de las Cinco Llagas).

Pedro se ha marchado abrazado a la cera encendida de su suprema satisfacción autobiográfica: la que abarca unos hijos que amó como siempre han de amarse a quienes bombean sangre propia: con la desmesura de las (secretas) razones del corazón. La muerte a menudo desentraña su código de señales, su péndulo de semáforos, su lectura no escrita. La muerte a veces también suele entregar un juego de llaves. Pedro acaba de comprobar que sirven para abrir las puertas del Reino de los Cielos…

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