Jerez y las coplas del maestro Navarro

15 de noviembre 2021 - 05:00

Es la música el diapasón que reajusta nuestro estado de ánimo. La cejilla de las emociones en clave de sol. La música no es granjería, no es gregaria, no es irritable. La música no sabe de resabios ni de gerifaltes. La música no promueve la quincalla ni la fanfarria de baratija. La música no vetea la paz interior ni tampoco transita por las superfluas peripecias vitales de la hostilidad. La música amansa a los letraheridos e inspira a quienes apuestan doble contra sencillo por la creatividad de los sueños, siquiera sean oníricos.

La música no está teñida de jactancia. La música espanta a los aventureros de ocasión y a los tibios de solemnidad. La música asume que las trampas salen blancas. La música lee entre líneas, no levanta ampollas, cierra la cremallera de las lenguas viperinas y reflota la prueba del nueve -la prueba del algodón- del sentido rítmico inherente a toda obra maestra.

No ha mucho acudí al concierto organizado por la Hermandad del Santísimo Cristo de la Expiración en la iglesia de San Miguel a resultas de los actos conmemorativos del centenario de la marcha ‘Cristo de la Expiración’ (de Germán Álvarez Beigbeder). ¿El himno por antonomasia de la Semana Santa de Jerez? Aquí los votos a favor ganarían por goleada. Quien suscribe no alberga la menor duda. Esta marcha es como un flashback de nuestra más tierna infancia cofradiera, un ritornello, un regreso a la semilla, una vuelta al ser, la ‘mordente’ de toda saetilla musical sobre el pentagrama de la niñez -que es patria del hombre al decir de Rilke-.

Bajo la dirección siempre magistral del académico Ángel Hortas Rodríguez-Pascual, se estrenaron -así tal cual se lee- distintas coplas -corales e instrumentales- dedicadas a Hermandades jerezanas. Más exactamente a Sagrados Titulares como la Soledad, la Buena Muerte, el Señor de la Vía-Crucis, Santísimo Cristo de la Salud, la Amargura, la Paz en su Mayor Aflicción y Nuestro Padre Jesús Nazareno. El interior de San Miguel adoptaba el color mordoré de la sangre poética que corre in limine de toda ensoñación. De todo deslumbramiento. ¿Verdad que sí, Juan Pina? ¿Verdad que sí, hermano de la Salle Virgilio Rojo Moreno? ¿Verdad que sí, José Soto Rodríguez?

Cuanto allí sucedió sólo puede describirse con vellos de punta in loco citato. Con el glissando de una extrapolación que enseguida fue meditación. Estas piezas musicales han sido rescatadas de los anaqueles de un fenómeno de convergencia que mucho debemos a la generosidad investigadora de Javier Jiménez López de Eguileta. Y a la pasión descomunal que Ángel Hortas ha depositado en la encomienda de la Hermandad de San Telmo. ¡Qué grandeza legar ahora a las citadas cofradías, de cara a sus cultos solemnes, la suprema inspiración de estas piezas compuestas in illo tempore!

Convengo con José Luis Zarzana que el auténtico patrimonio musical de las Hermandades eran las coplas. Y que, frente a éstas, las marchas procesionales son de anteayer. Y con Hortas también coincido en que las del maestro Navarro cosecharon la mayor adhesión del respetable público congregado en San Miguel. A Francisco de Paula Navarro Ortega hay que ponerle el don por delante. Por su obra y por su memoria. Jerezano nacido en 1896 -falleció a los 86 años de edad- fue un destacadísimo pianista, organista, compositor y docente. Dominó durante su fecunda trayectoria una excelencia artística capaz de traspasar las lindes de lo meramente humano. Puso en las partituras toda la majestad de Dios. Gradualmente iremos rescatando la brillantez de su producción religiosa. Mientras tanto, elevemos las más encendida enhorabuena a cofrades del Cristo tales Carmen Alonso, Sebastián Romero, José Manuel García Cordero, Antonio Espinar, Fernando Fernández-Gao, Jesús Rodríguez… ¡Gracias a todos por esta regalazo caído del cielo!

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