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Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

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Jerez: David Puerto, Martín Descalzo, Miguel Puyol y la fe vergonzante

David Puerto, este pasado viernes, pronunciando la Exaltación del Calvario.

David Puerto, este pasado viernes, pronunciando la Exaltación del Calvario.

Ha sabido curtirse en el aspirantazgo de los atriles. In crescendo. Con talento literario. Y de la mano además de su implicación -ayer, hoy y mañana- en el seno de sus Hermandades -a brazo partido, al pie del cañón, sin pausa, al hilo de la serenidad y desechando siempre las cajas destempladas-. Es un orador, por ende, de praxis. Porque proviene del tajo -in itinere- y de la pertenencia a nativitate. Cuando atiendes sus razonamientos enseguida te retrotraes a la escuela filosófica del estoicismo. David Puerto ya ha aprobado con creces la reválida de su envergadura como pregonero de cuerpo entero. Tiene madera. Y timbre de voz. Dota de sonoridad musical una prosa de sol y sintonía -que por lo común descansa sobre consideraciones evangélicas-. Cristiano antes que cofrade. Aquella máxima que bien inculcó a los niños de su generación don Rafael Bellido Caro. Focaliza David sus mensajes -como periodista de pulso y destreza- según el tamiz -el matiz- de la actualidad. Y en este prisma nos recuerda al antaño muy leído José Luis Martín Descalzo, aquel sacerdote y escritor que tantísimo ejerció de altavoz desde las azoteas de los medios de comunicación. Martín Descalzo -que diferenciaba las razones de la esperanza de las verdades avinagradas- dijo que la realidad siempre es más ancha que nosotros. ¡Menuda aseveración!

Este pasado viernes, primero de marzo, David pronunció la Exaltación del Calvario en la sede de la Hermandad de la Piedad. Vino a ofrecer una pieza precisa de tiempo, como calzada por un finísimo sentido de la medida. En contenido y continente. In God is our trust. Enarboló la bandera de la fe. Benedicto XVI dijo: “Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de San Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo”. David Puerto inició su intervención con un romance de fe. Seguidamente, tras las palabras de introito y salutación, explica el porqué de dicho comienzo: “La fe del cofrade. Eso es la esencia de este primer romance. Un alegato por demostrar que somos creyentes de Dios en esta sociedad en la que cada día más quieren dejarlo de lado. Dios es amor y por ende debe ser nuestro pilar no solo en este tiempo de Cuaresma y en la próxima Semana Santa que viviremos en tan solo unos días. Que no nos dé vergüenza ni temor reconocer a Dios en cada momento de nuestra vida y seguir sus designios allá lo que Él quiera de nosotros. Que la Cuaresma no siga siendo ese amor de verano en la que todos somos más creyentes que ninguno para volver a olvidarlo cuando Cristo Resucitado esté cruzando el reducto de la Catedral o cuando la Señora de la Piedad suba la mal llamada calle Taxdirt – porque en Jerez siempre será la calle Sangre – al golpe de saetas entre el silencio que impera con las marchas de palio. Tengo esperanzas de que seamos capaces de llenar los templos todos los días del año”.

La fe vergonzante. Ese titubeo que sólo merece el rechazo frontal según nuestra potencialidad eclesial. La fe vergonzante es término que estuvo muy en boga a finales de los años 80, cofradías intramuros, como un aviso a navegantes ante el intrusismo monopolizador de una tendencia anticlerical entonces a matacandelas. Recuerdo haber mantenido instructivas conversaciones aquellos años con el destacado cofrade de Loreto Miguel Puyol Vargas. Haremos un flaco favor a la Iglesia si escondemos la cerviz, ahuecamos el ala, y no sacamos pecho ante la negación de la fe en una sociedad a veces hechizada por el materialismo e incluso por el nihilismo. La fe vergonzante también comporta su deontología periodística. Froilán Casas aludía a cuántos cristianos “vacíos” no defienden la fe porque no la conocen. Es materia sobre la que debemos permanecer vigilantes. Esta sociedad de la Era digital se desliza con demasiada facilidad hacia la indiferencia religiosa. Con el subsiguiente peligro de las nuevas generaciones en un entorno hostil. Antonio Trobajo escribía al respecto de “estímulos para sacarnos a los convencidamente cristianos de las modorras que producen la rutina, el individualismo y una espiritualidad desencarnada”.

Es cierto que a menudo nos movemos por fases y por rachas. Ese amor de verano al que hacía alusión David. Los titubeos en los asuntos de Dios no constituyen legítima usanza. Ni las fiebres acordes con el calendario. Ni los pasos de saltimbanqui que cambian a beneficio de inventario las casillas de la condición cristiana. Nada más reconfortante que la paciencia y la certeza de Dios. Ser paciente demuestra confianza, esperanza, amor, fe e inteligencia (Proverbios 14:29). Entrecomillemos las palabras del propio Papa Francisco: “Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira y finalmente nos convertiremos en personas que no saben convivir” (Amoris Laetitia, 92). Pongo de nuevo en pie todas estas reflexiones al hilo del pensamiento y sobre todo del convencimiento a partir de los primeros fragmentos de la disertación de David Puerto en el Calvario. He aquí un cofrade candidato con todos los honores a pisar cuanto antes el Teatro Villamarta. Ojalá sea más pronto que tarde. Llegada la ocasión seré el primero en brindar por su merecido nombramiento. Con una copa de Cayetano del Pino, ¡faltaría más!

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