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Hace unos días, en el discurso pronunciado con ocasión del acto de Presentación del 23 Congreso Católicos y Vida Pública, monseñor José Horacio Gómez, arzobispo de Los Ángeles y presidente de la Conferencia Episcopal estadounidense, subrayaba el hecho de que la pandemia había supuesto una aceleración en los proyectos globalistas y en el diseño de una gobernanza a nivel mundial. En ese nuevo orden, el cristianismo, considerado puro atavismo, es considerado, cuando menos, profundamente incómodo. Los observatorios de ingeniería social, las grandes corporaciones y fundaciones que acaparan la cultura de masas, los organismos internacionales que aspiran a condicionar las vidas, los comportamientos y las mentes de los hombres, todos ellos consideran al cristianismo, su historia y su influencia como algo "políticamente incorrecto".
La corrección política se ha convertido ya en la megaideología de nuestro tiempo con todas las características de lo que el mismo monseñor Gómez denominó una pseudorreligión. Esa mezcolanza de discursos procedentes de la ideología de género, de la versión más radical del feminismo, del ecologismo catastrofista, del migracionismo, la multiculturalidad y el revisionismo histórico, que conducen a una condena de la civilización occidental y sus frutos, podrán ser de sorprendente debilidad intelectual, pero coinciden todos en la radical negación de la trascendencia y en la aspiración de alumbrar una nueva sociedad, una nueva tierra en la que el hombre ya no es el centro de nada, sino que se disuelve en ella como un elemento más, otro animal sin rango superior, presentado generalmente como el más dañino y perturbador. La sabia conclusión de Benedicto XVI de que la muerte de Dios conlleva inevitablemente la muerte del hombre ha encontrado así una confirmación impensable hace sólo algunos años.
Una peligrosa derivada del triunfo de la "corrección política" es la cancelación de la libertad tal y como ha sido entendida hasta ahora en un marco de humanismo cristiano. Una amenaza que se concreta en la censura que se extiende por las redes sociales y los medios de comunicación, y que penetra todos los intersticios de la vida social. Este año, el Congreso Católicos y Vida Pública ha puesto el foco en esta vertiente que afecta tanto a creyentes como a no creyentes, pues va más allá de la libertad de expresión o de la religiosa para penetrar en el último reducto, la de conciencia. Es esperanzador que no todos tengan los ojos cerrados y la boca callada.
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