Manuel Romero Bejarano

Manini

Jerezanos bizarros de ayer y siempre

Manini
Manini

30 de julio 2023 - 06:00

Jerez/Hawái, Bombay, son dos paraísos...

Francisco de Paula Marín nació en Jerez en 1774, siendo bautizado en la parroquia de San Marcos el 27 de noviembre del citado año. De muy joven emprendió la carrera militar, y acabó destinado a la isla de Nutca, en el Pacífico Norte. La isla (en la actualidad territorio de Canadá), estaba ocupada entonces por la Armada española y era un valioso enclave por el importante comercio de pieles de la zona.

Se desconoce el motivo, pero el caso es que Francisco desertó en un barco comercial que partía rumbo a China, si bien se quedó en una escala de las entonces llamadas Islas Sandwich (hoy Hawái). En aquel momento acababa de nacer Honolulu como puerto intermedio de la larga ruta marítima hacia entre Asia y América, y Marín pensó que en aquel lugar podría prosperar. Y vaya si prosperó.

Al poco tiempo sabía a la perfección la lengua local y, aún mejor, tratar con el complicado carácter de los hawaianos, que igual te invitaban a danzar que te daban un palo en las costillas. Por no hablar de los sacrificios humanos, o el canibalismo que aún se practicaban en algunos poblados del archipiélago. Astuto como un zorro, Marín tomó partido por el rey Kamehameha, quien acabó por hacerse con el control político. Obsequioso hasta la náusea, durante años fue el hombre de confianza del monarca. Era su intérprete con los navegantes y contrabandistas que recalaban en el puerto, su contable y el médico de toda su familia. Promovió y supervisó las primeras construcciones en piedra de las islas. Además, Marín tenía pasión por la horticultura, introduciendo el cultivo del tamarindo, la caña de azúcar, naranjas y vid. Esta última planta fue la clave de su éxito. Porque Francisco se convirtió en proveedor de vino y destilados de la Casa Real. Es más, se podría decir que fue el que gestionaba la fiesta en la corte, ya que añadió ritmos occidentales a la música ceremonial de los Mares del Sur y pasos de baile tomados de manera literal del flamenco. Llegó un punto en que Kamehameha le tenía tanto aprecio que le puso el apodo cariñoso de “Manini”.

Claro que Manini no hacía todo esto de forma desinteresada. Si criaba lechugas era por que se las vendía en exclusiva a los barcos que recalaban en Honolulu, siempre necesitados de alimentos frescos. Durante años fue el principal (y único) proveedor de vituallas de toda nave que tocara tierra por aquellas latitudes, y como tal, actuaba sin escrúpulos. De poco valía que un día un armador ruso protestase a la realeza de los precios de la carne de cerdo y al siguiente un capitán inglés retase a duelo al jerezano por los abusos que cometía. La especulación era su credo y no sólo con los productos de primera necesidad. Se sabe que sacó gran beneficio de sus relaciones institucionales gracias al comercio de perlas y sándalo, muy apreciados en China. Todo era ganar dinero y guardarlo en la talega. Kamehameha estaba ciego con su factótum y no cesaba de concederle tierras, prebendas y riquezas (siempre a costa de los naturales) que Manini acumulaba con ansia. Tan odioso se hizo a todos, que aún en Hawái su mote es sinónimo de hombre egoísta y miserable.

Su vida personal tampoco podemos decir que fuese modélica. Están documentadas 3 esposas (a la vez) y 23 hijos, aunque se sospecha que tuvo más. Esto no era inconveniente para que tratase de engatusar a toda hembra que se pusiese a tiro (era una especie de Don Juan del Pacífico) y frecuentase la farra. Si alguna de sus legítimas le decía algo, no dudaba en aplicarle un severo castigo.

Pero a ver quién se metía con Manini...

El 6 de marzo de 1819 se celebró el 60 cumpleaños de Kamehameha en la Gran Choza de Honolulu. Francisco Marín tenía que agradar al soberano, así que montó el espectáculo multicultural “De la Plazuela a Molokai”, que unía las bulerías con el hula. Se dice que el rey aplaudió como un loco aquel baile tan hermoso, a la vez que bebía sin parar un brandy (un tanto improvisado) creado por Manini con motivo de tan señalada ocasión. Algo hubo de fallar en el alambique, pues Kamehameha se quedó ciego esa madrugada. Pero ahí no paró la cosa: tras cinco días de extremo sufrimiento, falleció.

Acto seguido, los siete herederos al trono se declararon la guerra, en la que intervinieron (un poco todos contra todos) los barcos de guerra que había por las islas. El odio contenido contra Marín se desató. Por un lado estaban las partes beligerantes, que le fueron acusando (los siete) de colaborar con los bandos opuestos, sin que el pobre Manini tuviese tiempo de probar la falsedad de una acusación cuando ya le estaba llegando otra. Aunque lo peor fue el pueblo hawaiano, que saqueó e incendió cada una de sus numerosas propiedades.

Tras cinco meses de anarquía y caudalosos ríos de sangre, Kamehameha II asumió el gobierno. Apartó a Marín de la corte, expropiando casi todas sus fincas y obligándole a devolver todo el dinero que había ganado de manera irregular. Con las tierras que le quedaron, el jerezano fue tirando para mantener a su numerosa prole, sin que llegara a recuperarse nunca más. Dicen que, en su inmensa tristeza, pasaba horas muertas subido a una tabla, entre las olas del mar, sumido en una actividad melancólica en la que algunos han querido ver el origen del surf. Un día, la marea lo arrojó sin vida a la orilla. Se dice que murió de pena.

NOTA: Durante la organización del primer Concurso del Cante Jondo, celebrado en Granada en 1922, hubo fuertes discusiones entre Manuel de Falla y Federico García Lorca a consecuencia de los cantes de ida y vuelta. Lorca sostenía que el Hula con palillos era cante grande, producto del mestizaje y gran aportación de Andalucía al mundo. Falla opinaba que eso era un disparate. Al final prevaleció el criterio de Lorca, y la Niña de los Peines interpretó el baile hawaiano, para burla de los asistentes. Desde entonces, nadie más se a atrevido a incluir las Hawaianas como palo del flamenco.

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