Se nos fue calladita doña Carmen Fernández Cortés, se nos fue como vivió, sin hacer ruido y haciendo bien a los demás.

Aunque nació en Madrid el 16 de julio de 1927, vivió en Jerez desde el año 1955, desde que se casó con el ginecólogo de esta ciudad, don Domingo Gómez Maestro. Se conocieron cuando ella terminaba sus estudios de ATS. En aquellos tiempos, don Domingo abrió una clínica en la calle Francos, donde atendía los partos y sus consultas. Era un hombre entregado a su profesión, para él no había noche ni día, siempre viviendo al lado de un teléfono y acudiendo a cualquier llamada.

Doña Carmen, por aquellos tiempos, aunque trabajó muy de la mano del prestigioso doctor don Jesús García Orcoyen, se dedicó a organizar toda la logística de la clínica jerezana, ocupándose de los detalles.

Todavía recuerdan algunas personas la buena cocina que se disfrutaba. Hoy por la mañana me comentaban que hasta las angulas hacían parte de los menús.

Cuántos jerezanos vieron sus primeras luces en la calle Francos y después en la Cruz Roja, donde tuvo que trasladarse don Domingo para atender a tanta gente como venía.

Pero doña Carmen era sobre todo una señora culta que amaba a Jerez y a los jerezanos. Su ilusión era que todos se encontraran a gusto.

Señora muy familiar que tuvo cuatro hijos todos muy conocidos y queridos.

Su hija mayor, Susana, siguió sus pasos y se hizo farmacéutica gerenciando una de las farmacias más innovadoras de Jerez, punto de referencia en la calle Porvera, ya que abre 24 horas los 365 días del año.

Su hijo Domingo, médico también en la provincia, muy querido y respetado por todos, así como sus otros dos hijos Carlos y Rocío.

Contaba ya con cinco nietos, dos de los cuales también son farmacéuticos y con 3 biznietos. El último nació unos días antes de su muerte y no lo pudo conocer.

Recuerdo alguna conversación que tuve con ella en alguna tarde con la puesta de sol en la finca de su yerno Emilio: que aunque a ella lo que le gustaba era viajar, lo único que consiguió fue llegar a Canarias porque su felicidad solo le duró cuarenta y ocho horas, ya que un parto de alguna prematura le hizo hacer las maletas y volver.

Sus veranos en Chipiona hicieron su felicidad desde el año 95 en que enviudó y se llenaba cada día con la vida familiar, sus gatos y sus perros, a los que adoraba.

También realizó una obra social grande desde la Parroquia de San Marcos de la mano de Cáritas.

Seguro que hoy la están esperando arriba, además de todos los suyos, nuestro recordado Padre don Carlos García Mier, que la recibirá con las manos abiertas con el verso del poeta en sus labios.

Hay en el monte un camino

Y en el camino un clavel.

Entrad por ese camino.

Parad en él.

Seguid luego. Sin cogerlo.

No lo piséis.

Como el camino es de Amor,

del clavel en adelante

se empieza a entender a Dios.

Mi querida Carmen, yo sé que estas por ese camino de la presencia de Dios. Ojalá algún día todos nos reunamos contigo.

¡Descansa en paz!

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