Excusen, de antemano, la acumulación de estos términos, no precisamente bonitos, en el título, pero son de los que más han captado mi atención desde que surgió la crisis sanitaria. Las muertes: su recuento ha sido un guarismo doloroso, que hería en unas ocasiones y en otras, de manera paradójica, provocaba un cierto respiro por su descenso. Pero sin olvidar nunca el dolor que se esconde detrás de cada una de ellas, lo que me ha parecido lamentable -lo siento, pero me educaron en el respeto a los muertos- ha sido el uso espurio de que han sido objeto. Una utilización repugnante, con extremos que han rozado lo macabro, la que han protagonizado miembros de una clase política que, ni en lo más grave de la crisis, ha abandonado sus comportamientos cainitas ni dejado atrás la vieja y cansina lucha partidista. Los bulos: desde algunas instancias, incluida alguna fuerza política, se ha fomentado la creación y difusión de bulos con un increíble descaro. La finalidad de estos bulos no es otra que aprovechar la fragilidad del momento para desestabilizar, pero, además, contribuyen peligrosamente a alimentar la alarma y la ansiedad de la ciudadanía y su desinformación, algo inmoral e ilegítimo: nunca se puede validar la mentira. Por último, el odio, que, de manera inevitable, ha ido brotando de ese malsano caldo de cultivo, con ejemplos terribles dirigidos a las personas que precisamente nos están salvando la vida en estos momentos con su trabajo. Puede que sean pocos, pero me parecen la punta de un alarmante iceberg. Saldremos mejores, se decía al comienzo del confinamiento. Lamento tener que romper mi inveterada tendencia al optimismo: me siento profundamente escéptico de que tal cosa ocurra. No parece que el dolor -o el miedo, que también habita entre nosotros- nos vayan a hacer mejores. Ante determinados comportamientos, hay que hacer un esfuerzo para seguir creyendo en la bondad de la condición humana.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios