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Napoleón en el Prado

Debemos a la presencia de dos españoles en Waterloo la actual magnificencia del Prado

La presentación de Napoleón en el Prado no deja de ser una sutil incongruencia, puesto que el entonces Gabinete Real de Ciencias Naturales, diseñado por Juan de Villanueva a instancias de Carlos III, fue usado por la tropa francesa como cuartel de Caballería, y no sería hasta noviembre de 1819 cuando se estrene como museo de las colecciones reales, después de reparar los cuantiosos daños infligidos al edificio. En tal sentido, lo más napoleónico que hay en el Prado es el contenido que pudo recuperarse de la vasta predación del Sire, así como la propia idea del museo, que Fernando VII y María Isabel de Braganza tomarían del museo del Louvre, antes Museo Napoleón.

Fueron dos combatientes en Waterloo, el general Álava y el capitán Miniussir, asesorados por el pintor Francisco Lacoma, quienes recuperaron una parte de lo expoliado a España durante la francesada. Por orden de Álava, el capitán Nicolás Miniussir y el pintor Lacoma entraron a viva fuerza en el Louvre, acompañados por una tropa británica de 200 hombres, cedida por Wellington. Gracias a esta intervención repentina, pudieron extraerse algo menos de trescientos cuadros y otros muchos objetos de valor. Advirtamos que esto ocurría después de que se intentara, infructuosamente, la devolución de las obras por parte de Luis XVIII. Es, por tanto, en octubre de 1815 cuando salen de París los cuadros recuperados, y llegan a España, vía Bruselas y Amberes, a bordo de la fragata Amstel, en junio del año siguiente, donde son recibidos en la Academia de San Fernando. El préstamo de soldados por parte de Wellington se debió a la gratitud del general británico por la distinguida intervención de Miniussir, español nacido en Trieste, en la batalla de Waterloo, donde el capitán resultó herido. De algún modo, pues, debemos a la presencia de dos españoles en Waterloo (quién pudiera decir hoy algo parecido), la actual magnificencia del Prado.

Stendhal, que dedicó dos biografías a Bonaparte, no comprendía que el escultor Canova, encargado de negociar la devolución de obras vaticanas, reclamase las estatuas cedidas mediante el tratado de Tolentino; y le acusaba, como educado en Venecia, de entender solo el lenguaje la fuerza. Sin embargo, no revelamos nada si decimos que ese fue el idioma predilecto del Sire. Incluso más allá de su derrota. Fue la fuerza contra la fuerza, la audacia de Álava contra la astuta y berroqueña indolencia de Luis XVIII, lo que trajo de vuelta a España una parte, solo una parte, de la presa napoleónica.

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