CUANDO escribo esto, en la costa de Huelva, un manto de niebla lo cubre todo. No se ven las colinas que están a cien metros de aquí, ni los campos de cultivo donde trabajan los inmigrantes que por las tardes van en bicicleta a bañarse a la playa. Tampoco se ven los coches que circulan por la carretera, y las únicas señales de vida son las voces lejanas que uno no sabe muy bien de dónde salen. El día ha amanecido así y parece que va a terminarse así, entre la niebla que difumina los contornos de las cosas y que no nos permite saber qué es lo que tenemos delante.

Esta niebla que lo cubre todo es una buena imagen para describir el inicio del nuevo curso político. Hables con quien hables, todo el mundo parece coincidir en la misma sensación de incertidumbre. El sistema político está herido de muerte, la economía no levanta cabeza, la exasperación y el desánimo por los escándalos de corrupción cunden por todas partes, y los partidos tradicionales se mantienen en una especie de letargo en el que uno no sabe qué es teatro y qué es cinismo o simple deseo de supervivencia. Y en el otro lado, las soluciones que propone la izquierda radical -que parece la única alternativa real al sistema- son tan ilusas que no tenemos ninguna garantía de que puedan suponer una mejoría o siquiera una posibilidad de regeneración del sistema. El hecho de hablar bien en una tertulia televisiva, ante un público acostumbrado a escuchar embobado a Belén Esteban, no supone poseer el talento político necesario para sacar a un país del agujero negro en que se encuentra. El sistema se hunde, sí, pero las alternativas que nos proponen parecen tan dignas de confianza como el Tarot o el yoga tántrico. No conviene olvidar que la política se hace con hechos y con acuerdos, no con palabrería y con promesas irrealizables. Cuando la casta dirigente se ha comportado con una desvergüenza gigantesca, sería bueno que la única alternativa posible tuviera un programa que no consistiera únicamente en promesas disparatadas y en insultos cargados de rencor y de soberbia. Pero eso es lo que hay.

Así estamos, rodeados de niebla por todas partes. Para superar la situación actual necesitamos un gran ejercicio colectivo de audacia e inteligencia, pero todo parece indicar que vamos a comportarnos con la misma tendencia a la irracionalidad y al oscurantismo que nos han guiado en los peores momentos de nuestra historia. A la niebla que nos ha hecho perder el rumbo sólo sabemos oponerle otra clase de niebla. Mal asunto.

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