La Rayuela
Lola Quero
Rectores
Su propio afán
Unos amigos se han comprado una casa al pie de la sierra con unas tres hectáreas. Ahora son literalmente terratenientes, porque tienen una tierra, en el espíritu del maravilloso refrán: "Quien pesca un pez/ pescador es". Josep Carner también sostenía que poseer una tomatera bastaba para convertir a cualquier anarquista catalán de principios de siglo XX en un pater familias romano. Nuestros amigos han comprado el terreno en la ortodoxia distributista de Chesterton, que defendía que cada familia debería tener en propiedad tres acres y una vaca, aunque ellos todavía no tienen la vaca. En estos tiempos de confinamientos, cuestionamiento de la propiedad y realidad virtual, un campo es un campo de batalla.
Durante nuestra visita, comprobamos la belleza del terreno entre la sierra y el pantano de Bornos, la profundidad del cielo y la transparencia del aire. También que poseen un puñado de centenarios olivos de los que se podrá obtener un aceite denso y dorado; y una loma que está pidiendo de rodillas convertirse en una viña. En la siesta al pie de unos almendros, soñé con un vino elaborado por mis amigos, que se podía llamar "Tío Gilberto" en honor a Chesterton, o "Vitisvera". En un huerto se podrían plantar fresas, para tomárselas luego con el vino, y con la nata de la vaca hipotética.
Soñaba también con que mi amigo nos lo contase todo y nos regalase un libro como Las cosas del campo de Muñoz-Rojas, pero en minifundio: Las cositas del campito. Aunque me daba cuenta, incluso en ese terreno feraz para el pensamiento desiderativo que es la siesta, de que no va a ser nada fácil estar a la vez en la prosa y escardando.
Hasta que, irremediablemente siglo XXI, se me ha ocurrido una idea de negocio, con perdón. Mis amigos podían montar un gimnasio alternativo: "Gym Azada". Proponer a los urbanitas que, en vez de encerrarse a levantar pesas en un bajo, se acerquen al campo a cargar la carretilla; en vez de sentadillas, se inclinen a vendimiar; en vez de spinning, recojan espárragos y, en vez de abdominales, le den a la zoleta. El trabajo muscular es equivalente, si no más intensivo. El aire, más puro. El sudor, más clásico. A los matriculados se les podría regalar una botellita de aceite de oliva virgen extra, después de la cosecha.
Me estoy montando el cuento de la lechera, pero en mi defensa alego que la leche la dejamos para la nata de las fresas. Es el cuento de la solera.
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