Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Corren tiempos de colores marchitos y poco llamativos. Lo auténtico del otoño son sus colores ocres, las hojas de los árboles secas perdiendo el color verde y cambiando a un marrón melancólico, a un parduzco nostálgico. El mismo de las nueces y las castañas que reaparecen tras meses de melones y sandías. El mismo color de calles de castañas asadas con carbón o picón de toda la vida. El mismo del humo de color otoñal subiendo en el aire de las distancias cortas.

El de los cartuchos de papel de estraza con mancha de aceite. El del color de la ropa de otoño ya es otro, más oscuro, menos alegre. Un color que anuncia el frío y que se vuelve más triste y recogido. Unos ropajes de tacto más cálido y acolchado en busca de un abrazo de lana o de una manta de terciopelo. Los sabores de otoño también cambian. Son más personales. No tan cosmopolitas como los del verano ni tan sabrosos como los de primavera. Son sabores más domésticos, con más sabor a cocina antigua de hornillo y a café recién hecho de toda la vida, de casa rural o de venta de carretera. El olor es más que curioso. Una mezcla de fragancia de humedad y sequedad. A hierba y hojas mojadas por el rocío mañanero. A castañas asadas. A campo en vez de playa. Olores que no son sino recuerdos de la infancia de esos olores a las aulas de nuestros colegios, a lápices de punta fina recién afilados, a infusiones calientes en las mesillas de noches, a esos autobuses dejados de utilizar en verano y a los de ropa mojada sin secarse en nuestros tendederos por culpa de la humedad.

Los sonidos otoñales son inolvidables, suenan hacia el interior. Son de pisadas de hojas secas, de gotas de lluvia sobre las ventanas, de levante en las persianas, de chapoteo en algún charco y de crujir de leña en la chimenea. Los sentidos son una alegría para el alma, en otoño más. Perdérselos es una ignominia. Aunque vivamos al ritmo de la insensibilidad y en el año cero de la era de seguir siendo rebaño. El de la inmunidad. En algunas ciudades con programas de iluminación de colores de edificios singulares. En todas, echando de menos el sexto sentido.

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