País de todos los demonios

A un lado y a otro, todo el mundo tiene reacciones ideológicas activadas por el cerebro reptiliano

Hay gente que llama desdeñosamente "la paguita" a la renta mínima universal que estos días está intentando poner en marcha el Gobierno. Es posible albergar serias dudas sobre la competencia técnica y los propósitos de este Gobierno (sobre todo si uno piensa en un personaje tan siniestro como Pablo Iglesias), pero es evidente que hay millones de personas que lo están pasando muy mal y que darles "una paguita" es lo mínimo que se debería hacer por ellas. Del mismo modo, es una salvajada acusar a este Gobierno -del que, insisto, no me fío un pelo- de haber provocado conscientemente, por una especie de designio criminal, las muertes de las 20.000 víctimas del coronavirus. Pero estas cosas se dicen y se repiten y se jalean. Y en el otro lado, por supuesto, se adopta el mismo patrón de reacciones ideológicas exclusivamente activadas por esa parte del cerebro que los científicos llaman cerebro reptiliano. La misma gente que echa espumarajos por la boca cuando ve a Rajoy dando un paseo, se olvida de que tenemos un vicepresidente del gobierno que se ha saltado tropecientas veces la cuarentena.

Pero hemos entrado en una fase de intoxicación ideológica tan aguda -a un lado y a otro del espectro político- que ya nadie reflexiona o analiza las cosas con un mínimo de frialdad racional. Las propuestas políticas del adversario -sean las que sean- se rechazan sin siquiera plantearse por qué se rechazan. Un mecanismo psicológico tan peligroso como el virus nos impulsa a convertir al adversario en un monigote grotesco del que está excluida toda humanidad y todo entendimiento.

Ayer, en el pleno del Ayuntamiento de Madrid, el alcalde del PP -Almeida- y la portavoz de Más País, Rita Maestre, adoptaron por primera vez en toda esta crisis un tono educado y civilizado y atento. Los dos se trataron como seres humanos. Los dos se consideraron personas que tenían ideas que aportar y que compartían la misma preocupación por lo que está ocurriendo. A Almeida, los simpáticos killers de la ultraizquierda le llamaban Carapolla. A Rita Maestre la acusaban de ser una incendiaria de iglesias y no sé cuántas cosas más. Pues bien, ayer dieron una lección de lo que debería hacer un país sano -y no un país habitado por todos los demonios- que se enfrenta a una pandemia y a una hecatombe económica nunca vista en los últimos tiempos.

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