Permítanme que, por primera vez, me ocupe de un tema internacional aun siendo consciente de la nula utilidad que pueda tener una columna de carácter y difusión mayormente local. Los últimos acontecimientos en la franja de Gaza hacen que no me pueda quitar de la cabeza el problema palestino, sobre todo porque, como he escuchado a algún analista, Palestina no parece importarle a nadie -en la esfera política global, se entiende-, lo que posibilita que Israel siga campando por los terrenos del matonismo con total impunidad. Es tal el desamparo que se observa en la población de esa franja, calificada como la mayor prisión al aire libre del mundo, que la conciencia de la situación provoca el mayor de los desalientos. Un país, so pretexto de defender sus límites territoriales, dispara indiscriminadamente contra manifestantes indefensos, con una munición, por demás, especialmente destructiva, según los testimonios. Y mata, hiere y mata a manojos, sin el más mínimo aprecio por la vida humana, ya sean bebés, niños, jóvenes, mujeres o ancianos. Se saben fuertes y con la patente de corso que le otorga el amigo americano, desgraciadamente representado por otro gran matón. Cualquier reacción internacional, vía ONU por ejemplo, saben que será vetada por ellos. Saben también que el resto de la comunidad internacional no pasara de una tibia condena verbal. Y así siguen, manifestación tras manifestación, intifada tras intifada, generando dolor y muerte en una confrontación marcada por su tremenda desproporcionalidad. ¿Cuántas décadas llevamos observando este desastre? Una gran matanza, una cruel carnicería, una verdadera crisis humanitaria y no la que quiere ver el tal Torra en su tierra. Nuestras voces son pequeñas, pero es necesario hacer uso de ellas, aprovechar todas las oportunidades para, al menos, expresar nuestro rechazo a tan tremenda barbarie y la solidaridad con este pueblo sufridor de tan prolongado sufrimiento.

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