Diario De las artes

Bernardo Palomo

¡Quédense con el nombre!

01 de febrero 2014 - 01:00

FELIZ encuentro en la Sala Paúl. Hace tiempo que lo que se exponía en la sala de la delegación de Juventud no levantaba demasiada expectación. Muestras de muy dispar interés artístico se sucedían en un espacio cuyo contenido debería tener un mayor criterio y estar destinada a los muchísimos jóvenes que en Jerez tienen a lo artístico como su centro de máximo interés. Sin embargo, lo encontrado la otra noche nos pareció doblemente importante. Por un lado, se observaba un cambio sustancial en la filosofía que movía la programación expositiva del espacio de la calle Paúl - Santo Domingo. Por otro, el hallazgo felicísimo de una artista nueva que presentaba, por primera vez, su obra en solitario.

Beatriz Aranda es una jovencísima artista jerezana, en su último años en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, que nos presenta un trabajo que rezuma madurez por todos lados; algo que nos es habitual por su juventud y, sobre todo, por los resabios típicos que se adquieren en las aulas de una Facultad en la que son manifiestas las influencias de gustos dimanados del propio periodo instructivo y de los intereses generacionales de los mismos alumnos. La pintura de esta autora se encuentra al margen de tales circunstancias; algo que, desde un principio, supone un paso adelante y constata la indudable personalidad de la joven artista.

Estéticamente, lo que se presenta en la Sala Paúl es una pintura de corte expresionista, sutilmente planteado, que encierra una cuidada manifestación entre contrarios; es decir, los límites de la figuración han perdido casi todos sus planteamientos concretos - mantiene leves referencias visuales a un paisaje muy escuetamente ilustrado - y han asimilado propuestas que rozan, como mínimo, los amplios caminos de la abstracción. La forma plástica está estructurada, asimismo, con una elegante, minuciosa y apenas perceptible pincelada que desencadena una composición exquisitamente desarrollada desde un colorido justo, sin exuberancias, con los elementos exactos para plantear un paisaje que, desde mínimos, alcanza máximas posiciones de profunda expresividad.

Beatriz Aranda nos adentra por una pintura donde se funde la representación en unas marcas cromáticas que rompen el hilo argumental de una visión realista para potenciar el formalismo plástico y abrir el concepto de la expresión. La imagen suspende el habitual relato ilustrativo y adopta un determinante proceso reduccionista que redunda en un nuevo estamento cercano a lo abstracto que, además, la artista hace gala en un bello desarrollo del propio sentido de la abstracción manifestado en una obrita que es todo un compendio explicativo de su poderoso ideario estético allí representado.

Ha sido toda una feliz experiencia que nos ha llevado al encuentro con una pintura muy bien ideada, muy bien desarrollada y, también, acertadamente llevada a cabo sin complejo alguno.

Cuando estamos hartos de ver exposiciones de nombres que creen ser los abanderados de la verdad y que, en el fondo, no son si no tristes hacedores de casi nada, hemos descubierto el inicio de una carrera ilusionante; infinitamente con más entusiasmo creativo que la de muchos de los que se consideran únicos e indiscutibles. Beatriz Aranda, una artista muy a tener en cuenta. ¡Quédense con el nombre!

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