Lo del Black Friday está reñido con la vida. Ante tanta insistencia comercial deberíamos pararnos a pensar en los caminos en los que estamos entrando de manera irreverente. Más en un día como hoy de defender los derechos de la mujer y una semana como ésta con aumento de casos pandémicos. O tenemos claro cuáles son las prioridades o nos podemos perder en el lodazal del limbo. Para domesticar las bestias y pisar fango a la vez hay que ser arriesgados. O quizás sea que no sabemos movernos en arenas movedizas. Las rebajas en las compras compulsivas y la realidad de casi un diez por ciento que no se ha vacunado, va a acabar teniendo consecuencias, porque de otra manera no entenderíamos que la gente siguiera viéndose como ángeles inmaculados parapetados en la inmortalidad.

Los que sabemos mucho de la vida y la muerte de manera cercana, sabemos que la existencia tiene algo especial que la hace única. Pero, de la noche a la mañana, cambia sus modales y nos lleva por el sendero del llanto, la amargura y el desconsuelo. Las cifras jerezanas lo atestiguan en cuanto a la subida de la tasa de incidencia de la pandemia. Los números de otras zonas del país también van en la misma línea. Las barbas de algunos vecinos europeos están avisando de poner las nuestras a remojar antes que se empiecen a cortar por lo sano.

La gestión de lo socialmente responsable parece tener los días contados, pero, a lo mejor, depende más de las dichas personales antes que tomar caminos no adecuados. Ante el boom de las zambombas como si el mundo no tuviese final, no podemos quedarnos ensimismados en los soniquetes del jolgorio sino practicar el noble arte del sentido común para poner los puntos sobre las íes y las comas en las estrofas de los villancicos para preservarnos de infecciones que no serían sino las notas musicales de algún que otro réquiem del mal fario.

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