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TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes /

Retahílas

"Tengo un gato en la cocina que me dice la mentira. Tengo un gato en el corral que me dice la verdad". Esta y otras cantinelas recitábamos de pequeños antes de jugar al "escondite". Los participantes no escondíamos y cuando al "pobre" que le tocaba buscar a los escondidos sorprendía a uno, éste quedaba retenido, si bien los demás teníamos la posibilidad de rescatarlo.

El sábado pasado, tras el acuerdo del Eurogrupo de rescatar a España, me vino a la cabeza esta retahíla infantil. No sé si por la palabra en sí, o porque a estas alturas añoro mi infancia, un periodo en el que no había agencias de calificación ni jodidos euros, y en el que los niños soñábamos con trabajar en una bodega o con seguir los estudios con una beca del P.I.O. (Patronato de Igualdad de Oportunidades) o, tal vez, porque, convertido ya en muy adulto, me sentía engañado como si fuera un niño.

Y no solo por los responsables políticos o por los cuatreros que han dirigido los bancos. Engañado también por la población anónima, esa que se disfrazó de "nuevo rico" y se lanzó a un consumo loco y desaforado mediante préstamos bancarios. La vivienda y el todoterreno se convirtieron en los becerros de oro de nuestra sociedad. Así, la deuda privada a comienzos de la crisis llegó al 102,6% del PIB. A finales de 2011, ya en plena crisis, la morosidad del crédito inmobiliario alcanzó los cien mil millones de euros, curiosamente la misma cifra que ahora "presta" Europa.

Esta ingente cantidad de deuda privada, básicamente préstamos hipotecarios y créditos a promotores, se ha transformado hoy, tras el rescate europeo, en deuda pública, es decir, es el Estado quien debe garantizar el dinero que el Eurogrupo va a dar para tapar los agujeros de la banca. De esta forma, usted o yo que vivimos de alquiler, o que tenemos un coche antiguo, o que ajustamos nuestros gastos a los ingresos que percibimos, usted y yo repito, tenemos que sufrir en forma de recortes la presión sobre la deuda y el déficit (más el paquete de nuevas medidas que vendrá tras el rescate), de manera que todos sin excepción debemos hacer frente a los deseos de grandeza, las especulaciones o los desafueros de los demás.

Decía Hannah Arendt que la cotidiana convivencia con el mal consigue que éste se banalice hasta el punto de que, sin darnos cuenta, adquiere absoluta lógica y normalidad en nuestras vidas. Todos hemos sido responsables (¡no en igual medida!) del actual desastre que vivimos. Porque las crisis no solo son el resultado de una mala planificación o de coyunturales desajustes económicos. Las crisis son el resultado de la subversión de los valores que constituyen el corpus social que dan forma y vida a una sociedad. Y de ella, de la crisis, solo saldremos olvidándonos de la economía y de sus interesados dictados, y centrándonos en la política, es decir, determinando nuevos espacios de virtud que hagan que la política recupere su autonomía y cumpla con su legítimo fin: priorizar el interés general de la sociedad sobre los espurios intereses individuales.

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