Marco Antonio Velo
Jerez: la calle Don Juan, Luis Ventoso, Loreto y el gesto de María Luisa
Tendría todos los perejiles jurídicos que se quiera, pero para el común de los españoles hipotecados lo que hizo el martes el Supremo fue lo contrario de lo que la leyenda atribuye a Robin Hood: le robó a los pobres para dárselo a los ricos. Es lo que le faltaba a la Justicia española para cavar aún más profundo en el pozo de desprestigio en el que está metida. Y era justo lo que le faltaba al populismo, que empieza a impregnar de forma tan intensa como alarmante nuestra vida política, para subir otro escalón, adueñarse del debate y, si lo dejan, de la calle. Ni yo, ni seguramente usted ni, por lo que parece, casi la mitad de los jueces de los Contencioso que tienen plaza en la más alta instancia judicial española tenemos conocimientos fundados para decidir si la resolución que finalmente obliga a los clientes a pagar el impuesto que grava la formalización de una hipoteca es fundada o deja de serlo. Hay argumentos para defender una y otra postura -como destacados abogados fiscalistas han hecho en estas páginas- y el hecho de que la votación en el Pleno se resolviera por tan estrecho margen permite adivinar que tanto la interpretación que finalmente salió adelante como la contraria tendrían avales suficientes. Pero el problema aquí no es que haya habido una indefinición jurídica y finalmente se haya resuelto por el órgano encargado de hacerlo. El problema era político: se había cambiado una interpretación que favorecía a los ciudadanos que habían formalizado o pensaban formalizar una hipoteca por una resolución al gusto de la banca, que no es que tenga precisamente la imagen de benefactora de los menesterosos. Eso explica la comparecencia de ayer de Pedro Sánchez y el decreto que obligará a la banca a pagar el impuesto. Aunque Pedro Sánchez sabe, como sabemos todos, que la banca lo repercutirá en sus clientes sea mediante comisiones o por aumento de los tipos.
Sea por unas u otras razones, lo cierto es que desde el Supremo se ha echado leña a la hoguera populista. Pero en un país donde cada vez los mensajes más simples venden mejor, dividir el mundo en buenos y malos es una táctica rentable. E imaginar España como un bosque de Sherwood donde un malvado antagonista de Robin Hood revestido de toga expolia a los pobres que pagan con esfuerzo sus hipotecas para favorecer a sus señores de la banca sale barato. Sobre todo para un presidente del Gobierno que se pone justiciero y deshace el entuerto. Jugada redonda.
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