Descanso dominical
Javier Benítez
Aquellos sabios jerezanos
Gafas de cerca
Aunque de nuevo queda lejos ya, si hay un periodo inflacionado, ése es el que hace de puente entre el final de un año e inicios del siguiente, precedido desde hace algunos años por unas promociones apenas encubiertas con nombres anglosajones, y sucedido por las clásicas rebajas de enero -y más allá-. Sin pequeños, la Navidad merecería ser escrita hoy con minúscula. En nuestro calendario, después llega la época en que nos hallamos, la de los carnavales, hermana sandunguera de la cuaresma, en la que se suprimen las actividades de divertimento. En realidad, ya no se suprimen: hay ciudades en las que las grandes muestras de diversión de calle e inversiones públicas en festejo se dan en plena pascua conmemorativa de la pasión y muerte de Cristo. No sé a ustedes; a mí me parece bien. Tanto que los carnavales tomen la ciudad, como que lo hagan las procesiones, y, ya puestos, que lo hagan las romerías y ferias locales. Que cada uno participe, se inhiba o huya como estime conveniente y pueda.
Igual sucede con los eventos deportivos masivos. No sólo los quincenales y vinculados al fútbol profesional, sino los que, en ciudades grandes, concitan a miles de deportistas (lo sean o deseen serlo). El domingo pasado, más de tres mil personas de 82 nacionalidades y todas las provincias españolas tomaron la salida en el maratón de Sevilla, XXV siglos después de la batalla del mismo nombre. No todos terminaron, y mientras que algunos se arrastraban al borde de alguna cosa mala para superar el temible muro de los 30 kilómetros, hacía tres horas que otros estaban de vuelta hacia Adis Abeba o Kinshasa, evidenciando que la igualdad entre las personas es un aspiración de la Humanidad, y no tanto una cuestión racial. Tuve la oportunidad de caminar -no había otra forma de moverse por la ciudad que a pie o en bici-durante una hora por una arteria en la que fluían los corredores, que parecían figurantes de la serie The Walking Dead, pero en licra o envueltos en papel de aluminio, quizá de la mano de una novia samaritana, arrastrando los pies tras el éxito -estrictamente personal- o el fracaso -lo mismo-. Los últimos resemblaban a los penitentes descalzos de cruz ya camino de casa, pero con la cara visible. Es más, hasta con un número identificativo. Hay gente para todo. Así debe ser. O así es.
Vive y deja vivir. Hoy por ti, mañana por mí. Si uno es tanto de bulla como de romería o de pelotón: lo sea mucho... o nada. Propongo una camiseta fluorescente con un dicho que suelo oír de un olvereño: "Caúno es caúno con sus caunás".
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