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Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

Anestesia

Atraen su atención -no importan los medios necesarios para conseguirlo-, prometen lo que quieren escuchar, los sumergen en un olvido enmascarado de esperanza, vacían los registros personales de su memoria, les hacen creer que lavan sus prejuicios, rellenan el vacío de sus recuerdos, remodelan los 'principios' con los que 'creerán' estar entre los mejores… Es la 'nueva normalidad'. La cuestión es que ni es normal ni, para entonces, esas vidas pertenecerán a los que fueron sus dueños.

Escribir en una hoja, ya en parte escrita, implica que disponen de menos espacio para hacerlo; que lo que escriben no resalta sobre lo ya escrito; y que esto -lo escrito- sigue, además de lo reciente, estando ahí. Si se borran los trazos de tinta que, formando palabras y frases, expresan los pensamientos de quien así quiso hacerlo, dispondrán de un espacio en blanco, un espacio 'vacío' sobre el que dejar plasmado lo que se dibuje o exprese que, a partir de entonces, será 'lo único que habrá escrito…'. Nadie encontrará allí nada más, nada quedará de lo que, quien fue dueño de la hoja, quiso dejar patente; con el tiempo, puede que ni él mismo lo recuerde.

Para hacer de alguien que no lo sea ya, un auténtico imbécil, hay que seguir las pautas de un procedimiento largo, pero casi infalible.

Imbécil: tonto, estúpido, cretino, idiota… Balzac escribió: "Un imbécil que no tiene más que una idea en la cabeza es más fuerte que un hombre de talento que tiene millares"; es por esto que tener a los imbéciles de tu parte, con la idea -sólo una- que les has metido en su cabeza, te proporciona una enorme fuerza; aparte de que tener contigo a los que no lo son -imbéciles- no depende de lo que les cuentes, sino de lo que demuestres: una insalvable diferencia.

No se puede hurtar la inteligencia, se deje ver o no, estará siempre con quien la posee. El talento no se pierde, dará, o no, sus frutos, pero será fiel compañero de quien lo tiene. Luego, están los bobos, los estúpidos, los imbéciles que en el mundo son; y de estos hay demasiados: unos lo son de modo congénito, es decir: lo llevan en su ADN de nacimiento; otros lo alcanzan por 'convicción' propia; el resto obtienen su deseo porque se esfuerzan con ahínco y perseverancia en llegar a serlo y, al final, siempre lo consiguen. El que es dueño de talento, o inteligente, suele ser consciente de esta circunstancia; el imbécil, sin embargo, no: es una de las muchas consecuencias de la necedad que le ocupa. Con la inteligencia se dialoga, se intercambian ideas, se discute… con el imbécil no se puede. El talento aporta, sugiere, investiga, crea... la imbecilidad sólo consume, malgasta e inutiliza el tiempo de los que no militan en sus filas, lo que supone una auténtica lástima; el suyo -el tiempo de los imbéciles- no tiene importancia ni valor alguno.

Se trata, pues, de adoctrinar al mayor número de imbéciles -algo sencillo- y, al mismo tiempo, convertir a la estupidez a la mayor cantidad de posibles candidatos -algo no demasiado complejo-. Se trata, por tanto, de formar un 'ejército' de papanatas, sin criterio ni cultura ni personalidad ni carácter, tan extenso como para influir en lo que conocemos como 'opinión pública'; o mejor: para constituirse en la propia 'opinión pública'.

Intentar que la inteligencia o el talento, los valores y principios, el carácter, la personalidad, el criterio fundamentado, la experiencia sensata, o la cultura -la de verdad, no la que pretende la 'mugresía'- se unan al intento de apropiación indebida de la libertad, es tarea que queda fuera de lo factible; por este motivo, a los 'disidentes' se les señala, discrimina, amenaza, atenaza, agrede y calla: es la única opción que les queda para que no se escuche una conciencia colectiva que grite contra el totalitarismo que se nos viene encima.

A los pusilánimes o a los indecisos de siempre; a los mamertos o a los que no piensan, porque están vacíos por dentro; a los zascandiles, cagalindes o zurumbáticos; a toda esta plebe la 'anestesian'. Entrar, luego, en sus mentes 'diminutas', resulta muy fácil; 'vaciar' lo poco de valor que allí encuentren, es trabajo liviano; introducir, dejar bien firme y asentado, el 'mantra' -sólo uno- necesario y suficiente para que los 'nuevos afiliados' crean que 'sus líderes benefactores y justicieros' les van a facilitar, a cambio de nada, acercarse al mundo, fácil, simétrico y yermo, en el que van a poder 'pastar' como siempre han ansiado, es tarea con éxito asegurado; y… ¡listo! Ya tienen a sus masas, previamente anestesiadas, reiniciadas por completo, ya pueden hacer con ellas lo que mejor convenga a sus torticeros intereses.

Y así, amables lectores, así empiezan a escribir 'su Historia'; lo que por desgracia sucede es que 'su' Historia forma parte de la Historia, y en esta estamos, lo queramos o no, todos. Es también por esto, además de otras poderosos y palpables motivos, por lo que debemos y tenemos que tratar de evitar que 'la anestesia' ocurra, o al menos, que no salga adelante.

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