Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Torpezas osadas

Hay una diferencia, en mi opinión nada sutil, entre 'osadía' y 'audacia'. La acepción que tengo por buena para definir 'osado' es la de aquella persona que "habla u obra con atrevimiento o descaro"; 'audaz', en cambio, sería "quien demuestra atrevimiento para emprender acciones poco comunes, sin temer las dificultades o el riesgo que implican"; en el primer supuesto, el protagonista suele situarse entre los torpes, en el segundo lo hace en la bancada de los inteligentes.

Una vez más, asistimos al desconsolador espectáculo protagonizado por la mediocridad que empapa a la gran mayoría de las personas que se ocupan de la política en nuestro país. Las limitaciones, o inapropiadas ambiciones, que los condicionan, obligan a que los resultados de sus desempeños sean más malos que buenos; las consecuencias de este círculo vicioso las pagará, siempre, el resto de la ciudadanía.

Era alentador… para un político de calado; fácil… para un estratega experimentado; del todo esperanzador… para un líder resolutivo y capaz; pero él no cumplía con ninguna de estas tres cualidades. No lo escribo hoy, a toro pasado: lo he denunciado con anterioridad en mis artículos, en muchas ocasiones; tampoco pretendo 'hacer leña del árbol caído': no me gustaba 'el árbol' y no uso ese tipo de 'leña', ni para hacer 'fuego'. Lo escribí entonces, y lo vuelvo a hacer ahora: no hay navío capaz de atravesar una galerna, para llegar a buen puerto, si no cuenta con un capitán capaz. Es así de claro, así de sencillo, no hay que darle más vueltas.

Se lo pone muy fácil, el peor gobierno en la reciente historia democrática de España, a un líder de la Oposición con recursos, altura de miras e inteligencia: Pablo Casado ha demostrado que no reúne ninguno de estos tres requisitos, Pedro Sánchez, en cambio, es inteligente, tiene recursos y es un buen político, aunque su política, en mi opinión, sea desastrosa.

Recuperada Andalucía, tras cuarenta años de gobierno socialista; salvada Murcia, de la premeditada traición de Ciudadanos; asentada Galicia, con la cuarta mayoría absoluta de Feijoo; avasallando en Madrid, con la espectacular irrupción de Isabel Díaz Ayuso; mantenida Castilla y León, adelantándose a la ya cansina felonía del moribundo partido “naranja”; con un PSOE secuestrado por la prepotencia de Pedro Sánchez, entregado a los golpistas, pactando con los herederos etarras, consintiendo a nacionalistas antiespañoles, no le hacía falta casi nada… más que ser el político que no es.

Casado es torpe, como tal, se ha rodeado de personas que no servían para ayudarle a lograr el propósito al que dedicaba sus esfuerzos. En lugar de entregarse a ganar las próximas elecciones generales, lo hizo para 'mantener' la posición de la que gozaba en su partido, intentando asegurarla aún en el caso de perder los comicios para la elección de un nuevo gobierno nacional: craso, innecesario y torpe error. Los consejos de quien le aconsejó, porque él así quiso que fuese, no iban en favor de "lo mejor para el partido y para España", como se les llenaba la boca de repetirlo, iban a amarrar su puesto.

Inventar un problema dónde no lo había, para, permítanme la grosería, salvar su culo, cuando no estaba en peligro, eso es lo que hizo. Olvidar la obligación de anteponer los intereses generales a los propios, por mucho que mienta manifestando, cuando no tenía otra salida, lo contrario.

Para echar un órdago, una de dos: o llevas buenas cartas, o tienes la actitud suficiente para mantener el 'farol', él no cumplió con ninguna de las dos. Se echó un inoportuno 'farol', cuándo se lo aceptaron, no quiso enseñar sus cartas, presumiendo que eran tan buenas como para ganar, pero no; no le quedaba otra que enseñar unos naipes, que eran perdedores. Para colmo de falta de miras y de altura personal, se empeñó en negar el 'farol' que no supo mantener, intentando dejar entrever, para los ilusos que quisieran creerle, que no levantaba sus cartas 'ganadoras' por no hacer daño -que fue lo que él hizo- y que se levantaba de la mesa por dignidad. Un ridículo mayúsculo, como corresponde a una innecesaria y descomunal torpeza.

Es la historia, deprimente, de un hombre gris que se creyó brillante. Hay que ser consciente de las propias limitaciones, más si el camino que escoges es el de la 'cosa pública'. Puede que alguien que no esté en un nivel superior, sea capaz de hacer las cosas bien, incluso muy bien, pero para que esto pueda llegar a ser factible hay una condición 'sine qua non': ha de ser consciente de su circunstancia. De este modo podrá tratar de suplir sus carencias, recabar los apoyos que le hagan falta y superar sus debilidades con la ayuda conveniente y suficiente, en caso contrario, el esperpento está servido. Ya lo han visto.

El torpe suele ser osado, precisamente porque es torpe. No alcanza siquiera a intuir muchas de las consecuencias de sus decisiones, puede que ni llegue a plantearse posibilidades que, como tales, son probables. Atiende, sólo, a quien sostiene aquello que él sujeta; se piensa 'rey' en un país de ciegos, pero olvida que el tuerto es él. Penoso.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios