Triste hemisferio

Para ser un español perfecto, hay que tener una querencia a malquerer a la patria común

La otra noche, en una cena de amigos, uno se puso a despotricar de España. Ni nuestro tejido industrial ni nuestra política ni nuestras élites ni este pueblo soberano le gustaban nada, nada. Se iba embalando. Los demás escuchábamos serios. Sabíamos sin duda que es un patriota. Quizá yo, en otro momento, hubiese discutido, pero acababa de llegar de Inglaterra y estaba empachado de ese patriotismo empalagoso que nada más que se ve virtudes. Disfrutaba de una ración de españolismo en su más pura veta masoquista.

Porque esa tradición es larga. Ya el marqués de Santillana dedicó uno de los primeros sonetos en español a España y fue un lamento: "¿Qué diré de ti, triste hemisferio?/ … Tu gloria e laude tornó vituperio/ e la tu clara fama en escureza". ¡Lo decía en la primera mitad del siglo XV, cuando todavía nos quedaban los de Oro! Tampoco Quevedo estuvo muy positivo. Y así hasta ahora, en que Miguel d'Ors tiene un poema de amor a España en que la llama "sainete" y Luis Alberto de Cuenca, aunque acaba el suyo declarando que por España "daría mi sangre hasta la última gota", empieza "Es un lugar muy triste que ha prohibido los héroes/ y ha dejado pudrirse las rosas del escándalo". ¿Cómo podría extrañarnos si nuestro mito nacional es un hombre de cincuenta años, un poco loco, aunque bueno y valiente, que acaba derrotado, aunque con nobleza?

¡Cuánta querencia a la autocrítica! Los independentistas son, en puridad, los más españolazos, porque esta cosa nuestra de rajar de España la llevan al extremo de rajar España. Incluso los hispanoamericanos más preclaros, con sus siglos de independencia ya a las espaldas, pueden atisbar, si se fijan, un brillo de compatriotismo irreprimible en mis ojos. Haberse independizado, ¿no es la quintaesencia de lo hispánico? A los patriotas contrariados como mi amigo aún les falta una vuelta de tuerca al corazón y le tienen a España un amor conyugal de esos que a veces protestan de su mujer… por la que darían su sangre hasta la última gota.

Ay de mí, peor aún, triste hemisférico, español a tres cuartos de español por puro españolismo. Para serlo completo, me falta la ironía, la autocrítica, la amnesia de nuestras glorias, el desdén de nuestra obra; y me sobra la esperanza y la fe. Por eso, si oigo las quejas y las críticas, los desprecios y los ninguneos, no me enfado. Acepto que estoy ante unos españoles más perfectos que yo, más redondos.

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