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Viaje al jerez

En el libro de José Vicente Quirante Rives se reconoce al escritor entusiasmado con lo que ha bebido

El interés que los vinos despiertan en el mundo de las letras depende de su calidad, pero también del velo de misterio que los envuelve. A pesar de sus muchos siglos de existencia, los vinos del Marco del Jerez oscilan todavía en una atmósfera de admiración y perplejidad que no se agota en el momento de beberlos. Siempre queda en la copa algo por saber, por descubrir, incluso por leer. Por eso, si te gustan los vinos de este Marco, te dejas encandilar por sus sabores, olores y colores y si no quieres quedarte en el papel del simple bebedor pasivo, querrás conocer el papel que, en su crianza, desempeñan el velo, las criaderas, la solera, y tantos otros nombres que no comparten con ningún otro vino. Así, te ves obligado a adentrarte en un laberinto de palabras e imágenes que solo en viñas y bodegas de este entorno cobran sentido y vida. Por ello, para ayudar en este difícil aprendizaje, para explicar la naturaleza y cultura de vinos tan singulares y exclusivos, muchos escritores han sentido la tentación de hablar de ellos. Devolviéndoles con la ofrenda de sus obras literarias parte de las satisfacciones recibidas al beberlos. Lleva, pues, varios siglos, este rincón geográfico criando vinos, pero, cosa curiosa, también lleva siglos incitando a escribir sobre ellos a hombres de letras de adentro o llegados de fuera. Tal como si existiera un compromiso de compensaciones y se recurriera a la literatura para corresponder y explicar las cualidades de unos vinos que tanto gratifican. Pero en los últimos año parecía haberse impuesto la moda del libro más técnico, orientado al profesional, y había desaparecido el libro espontáneo, que surge como un gesto instintivo y generoso para pagar la deuda contraída al disfrutar de una buena copa. Por fortuna, acaba de publicarse Un viaje sentimental al jerez (editorial Confluencias), escrito por José Vicente Quirante Rives, que recupera esa bendita tradición perdida. En sus páginas es posible reconocer al escritor entusiasmado con lo que ha bebido. Pero no ha querido quedarse y recrearse solo en el mundo etéreo y pasivo de las sensaciones. Ha buscado también conocer el porqué de tanta conmoción y ha elegido el mejor medio para aclararse a sí mismo y, a la par, a los que comparten su afición: se ha puesto, pues, a leer y a escribir. Ha leído no todo, pero casi todo. Ha pateado ciudades y bodegas, ha recogido opiniones y ha escrito este apasionado libro. Una buena forma de pagar su deuda. Los vinos del Marco, con la música callada de las soleras, también deberían mostrarle su agradecimiento.

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