Un año más, la señalada fecha del Día de la Mujer (8-M) vuelve a coincidir con el Festival de Jerez, aunque esta vez caiga por los pelos fuera de él. Desde que ocupo este espacio, no me ha resultado difícil reunir en esta columna el evento con la celebración y este año podría hacer lo mismo. Siempre me sobran razones, pero caigo en el riesgo de repetirme. No dejaré, sin embargo, de subrayar una vez más su peso en el sostenimiento de este arte. Es una idea que, en cada festival, sale reforzada por las tantas e interesantes propuestas que recibimos de ellas. No voy a realizar un recuento, me basta con hacer un recorrido mental para constatar su fuerte presencia y empuje, nada nuevo, por cierto, en este arte. Se han sucedido los días con absoluto monopolio artístico femenino, hasta con dos o tres espectáculos programados en un solo día. Y si he disfrutado con sus obras, también lo he hecho escuchando las lúcidas presentaciones que de ellos han hecho en las ruedas de prensa, donde revelan las razones del talento que luego exhiben en los escenarios. Sería imposible plasmar esa impresión con nombres, de forma que me voy a permitir un extraño giro: terminaré hablándoles de hombres, porque fueron siete bailarines y bailaores los que protagonizaron el espectáculo¡Viva!, dirigido por Manuel Liñán, que, allá por el ecuador de la cita, conmocionó a cuantos lo presenciaron. Todos esos artistas, en un soberbio ejercicio de transformismo, se convirtieron en mujeres y bailaron como tales. El desenfado, la diversión o la burla añadieron atractivo a una obra que, en el trayecto que va de la máscara a la desnudez final, transporta un grito de libertad para que el artista pueda manifestarse más allá de los límites que le impone su género. Un espectáculo que te hace reír para llevarte finalmente a la emoción. Nunca será tarde para recomendarlo.

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