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Dice Pilar Alegría: "Intentamos promover un esfuerzo basado en la motivación, no en el castigo, para que los alumnos alcancen el mejor aprendizaje posible… El castigo no está dando resultados". Que la ministra de Educación confunda el suspenso o la repetición de curso con un castigo es revelador de lo que este Gobierno, desarrollando la Ley Celaá, está haciendo: agravar la catástrofe educativa. Un suspenso no es un castigo, sino la consecuencia de un acto: no estudiar lo suficiente para superar una asignatura. Repetir curso no es un castigo, sino la consecuencia de ese acto cuando se suma un determinado número de suspensos. Forma parte del proceso educativo inculcar la responsabilidad, es decir, que los actos tienen consecuencias.
También ha dicho Pilar Alegría: "Nuestro país es de los primeros en porcentaje de repetición (...) La mayoría de estudiantes que repiten de una manera estructural van directamente a engrosar las cifras del abandono escolar, que en España está en un 16%. Es imperativo reducir esta tasa". La solución, por lo visto, es evitar los suspensos -o quitarles importancia- y la repetición de curso para hacer eso que la ministra llama "personalización de los procesos de aprendizaje". Traducido a lo práctico: los alumnos se graduarán sin aprobar todas las asignaturas, se podrán presentar a la Selectividad con un suspenso y no habrá exámenes de recuperación.
¿Con qué formación llegarán a la Universidad? Tampoco importa mucho. El desarrollo del plan Bolonia dañó irreparablemente los estudios universitarios (especialmente los de ciencias sociales y humanidades, las carreras científico-técnicas se han defendido mejor: hay que procurar que los puentes y los aviones no se caigan, los pacientes no se mueran y los edificios no se desplomen a causa de la mala formación de ingenieros, médicos y arquitectos) sustituyendo las asignaturas anuales por cuatrimestrales y reduciendo las carreras a cuatro años. Es que serán grupos pequeños con los que se podrá trabajar intensamente, se dijo. Mentira. Hay grupos de hasta más de 90 alumnos. La licenciatura se ha devaluado y solo un máster -cuánto más caro, mejor- abre posibilidades profesionales.
Al buscar torpemente la igualdad bajando el listón se privilegia a los privilegiados que tienen más recursos para inscribir a sus hijos en los centros de mayor exigencia y pagarles los caros másteres más prestigiosos.
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