Francisco / Bejarano

Las bicicletas son progres

Hablando en el desierto

01 de febrero 2014 - 01:00

NO era así al principio de su invención, sino un progreso a secas, una máquina que los contrarios al maquinismo verían con desconfianza; pero la deriva de las ideologías ha hecho que el progresismo admita entre los suyos a las bicicletas, junto con las mochilas, la sopa de tomate y las alpargatas. Los trabajadores de las viñas jerezanas, venidos muchos de ellos de Lebrija y Trebujena, se compraban una bicicleta en cuanto podían. Los pagos de viñas suelen ser de cerros y una simple llovizna embarra carriles y veredas, de modo que una parte del camino había que hacerla andando, con la bicicleta del cabestro o a cuestas. Luego pasaron a las motos, con buena protección contra la lluvia y el frío, otro progreso verdadero, y al coche de lata a la siguiente. En el decenio de los sesenta del siglo pasado las bicicletas no eran progres, eran de pobres.

El tratado sin escribir sobre la ideología de los objetos inanimados le daría a la bicicleta estatuto de izquierda: no contribuye al calentamiento global y, con el ejercicio del ciclista, da realismo al mito de la salud. La sencillez de su manejo la hace igualitaria, si bien todas las bicicletas no son iguales, algunas son carísimas, pero no tanto que las deje fuera del alcance de una economía de clase media, a la que pertenecen la gran mayoría de los 'tortas' del progresismo. Otro punto a favor es que montar en bicicleta no es una necesidad ni un derecho, sino en muchos casos una manera de dar testimonio público de la posición ideológica del ciclista, aunque haya excepciones.

Ni los holandeses, ni los naturales de las llanuras del Po y de otras diversas zonas muy llanas del planeta, ni los lores británicos, tienen que dar testimonio de nada ni explicaciones por montar en bicicleta. Todo el mundo lo comprende. Los muchachos muy jóvenes en edad escolar tampoco, y del ciclismo como deporte no hará falta decir nada. Estas bicicletas últimas no tienen ideología ni sus dueños conciencia de que la tengan. Como máquinas que son, no se les nota la ideología hasta que alguien con ella se sienta encima y pedalea. Si decimos que pasa un caballero del Almirantazgo, un muchacho para el colegio o el pelotón de la Vuelta a España, hablamos de personas con entidad. Pero si decimos que pasa un progre pedaleando, nada hay que añadir, carece de identidad por habérsela transmitido a la bicicleta, forma torpe de convertir una obra de arte en un panfleto.

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